El New York Times (NYT) publicó el jueves pasado un reportaje acerca de la secuenciación genómica que anima a reflexionar. El precio de obtención de secuencias ha caído de una forma tan drástica como para que los 3.000 millones de pares de bases que forman el genoma humano cuesten ahora 10.500 dólares frente a los casi nueve millones de dólares que se pedían en 2007. La cifra actual es poco más que una milésima parte de la de hace cuatro años. Pero la razón por la que el NYT consideraba oportuno tratar ese asunto no tiene que ver con el desplome de los precios sino con una consecuencia un tanto curiosa: a ese coste, los trabajos de genotipación se han disparado de tal manera que se obtiene una cantidad de datos inmanejable. El periódico neoyorquino cita a tal respecto un comentario de Michael Schatz, profesor de biología cuantitativa en el Cold Spring Harbor Laboratory de Long Island. El profesor Schatz calcula en 13 cuadrillones de pares de bases la capacidad mundial para secuenciar a lo largo de un año, cifra que supone el número 13 seguido de quince ceros. Como el número es difícil de imaginar, se puede dar una imagen gráfica de él. Si metiésemos esa información en DVD, la pila de discos alcanzaría una altura de más de tres kilómetros.

Como es natural, el panorama va a ir a más. El genoma humano se secuenció por primera vez en 2003. Siete años después, ya sea por razones médicas o de investigación, se obtienen anualmente 30.000 genomas de seres humanos y el New York Times predice que serán millones dentro de poco. La paradoja en la que estamos metidos es, pues, que supone mucho más dinero manejar la información genética que obtenerla; algo que dice bastante de lo absurdo de nuestro mundo.

Quien me ha llamado la atención sobre este episodio es Terry Sejnowski, del Salk Institute, quien ha enviado a los miembros del Center for Academic Research and Training in Anthropogeny (Carta) de San Diego, Estados Unidos, un comentario que publicó en los años en que se trabajaba aún en la obtención del genoma humano. Al plantearse por parte de algunos investigadores cuál era el contenido genético que se debía secuenciar después, si el del chimpancé o el del orangután, Sejnowski planteó la necesidad de esperar a que los precios bajasen. Hoy lo han hecho de una forma tan acusada que el problema es otro: ¿cuánto más habría que aguardar para no tirar el dinero en una época en la que la crisis aprieta? La cuestión se parece mucho a la de enfrentarse con la tarea de comprar una computadora de cierta importancia. Habida cuenta de que los modelos mejoran casi cada mes y, de paso, bajan su precio, ¿en qué momento resulta inteligente, lógico y provechoso adquirir la máquina? Un filósofo romano, Lucio Apuleyo, contó la fábula del asno de Buridán que dudaba acerca de cuál de dos montones de paja situados a la misma distancia se tenía que comer. La respuesta es que, mientras lo decidía, se murió de hambre.