No sabemos si el euro es benigno o maligno, pero todo el mundo habla ya de él como de un tumor pendiente de análisis, aunque con una pinta francamente mala. Los países europeos con moneda propia ni se acercan a él por temor al contagio, de modo que le estamos tomando un poco de asco, qué pena, con lo que nos gustaba al principio la idea tonta de comprar en Francia con el dinero que utilizábamos en España, nos hacía ilusión, ya ves, que los alemanes nos pagaran por fin con la misma moneda que nosotros a ellos, y parecía que sí, que el euro germano era idéntico al español, pero solo por fuera, tal como Merkel y la realidad están demostrando. El caso es que ahora te dan las vueltas del billete de 20 en la carnicería y las coges como el que recibe unas muestras de tejido que hay que llevar corriendo al departamento de anatomía patológica. Los céntimos de euro parecen pólipos de esos que salen en el colon, vegetaciones de la nariz, rugosidades orgánicas que conviene vigilar no vayan a ser que.

El problema, con independencia de que el tumor resulte finalmente maligno, ya lo dirá el laboratorio, es que se ha manifestado en un lugar donde si lo extirpas malo y si no lo extirpas peor. Entre dos vértebras se encuentra el maldito, entre dos vértebras del espinazo de Europa, a la que uno creía que estábamos desmantelando, porque era lo que se apreciaba a primera vista, cuando el otro día escucho en la radio, que nada de eso, que al contrario, que le estamos dando consistencia a base de federalizarla, signifique lo que signifique federalizar, que parece uno de esos eufemismos médicos utilizados para revelar al paciente que le ha salido un euro, perdón un tumor, entre la quinta y la sexta empezando por abajo.

Le da uno cincuenta céntimos de euro al pobre del semáforo y parece que le está transmitiendo una enfermedad, y quizá sí. Ahora mismo nos duele el euro más de lo que le dolía España a Unamuno. Circula ya una leyenda urbana según la cual esta moneda en apariencia única no salió de las cabezas de los próceres europeos, sino de Silicon Valley, al modo de esos virus artificiales con los que de vez en cuando se diezma a la población mundial, para despejar un poco el panorama.