Se ha hablado tanto del déficit político de Europa que resulta ya un tópico, y además en tiempos como éstos, en que la política se ha desprestigiado un tanto, decir que la solución de algo es política; resulta sospechoso. Sin embargo, el núcleo que mejor define a Europa no es otro que la intensidad de la democracia y del marco de libertades que la hace posible. La única refundación válida será, pues, aquella que haga nacer un verdadero poder europeo, tan fuerte como sea necesario para imponer una fiscalidad y una economía común a los países, pero dotado de la legitimidad de una voluntad popular lo más directa posible. Europa no puede estar a expensas de los vaivenes del electorado de Alemania y Francia, ni de un poder central intermediado por sus respectivos gobiernos. El que nadie se atreva a plantear una Presidencia europea elegida por sufragio es el mejor retrato de nuestra crisis.