Mario Monti, inconmovible e inmaculado. Al lado, su ministra de Trabajo, que hace pucheros arrastrada por el dolor de aplicar un ajuste de 30.000 millones de euros a los italianos del diseño y la pasta fresca. El primer ministro le dice "conmuévete, pero corrígeme si me equivoco". La compañera de gabinete tiene un rictus horrible, un lloriqueo blando, repugnante e hipócrita. Su jefe renuncia a su sueldo para dar ejemplo de sacrificio. Lehman Brother, la firma que desde Wall Street pudrió las finanzas de Europa, ha logrado un acuerdo con sus perjudicados, y está dispuesta para renacer en manos de Barclays. Los nuevos dueños le pasan un estropajo de aristas al planeta: aunque parezca mentira, ha sido un negocio. Los afectados por la quiebra mastodóntica cobrarán un porcentaje mínimo. En Japón, varios Ferrari acaban convertidos en chatarra tras un accidente colectivo. ¿Dónde iban? ¿A qué se dedicaban sus conductores? ¿Por qué fue el siniestro coral? Cualquier extravagancia asimilable al extraño comportamiento nipón podría estar en la explicación. El arte sale al paso: un galerista compra por tres millones de libras un cuadro atribuido a Velázquez. La obra valía 300 euros hace unos años, pero un experto vio en la paleta, y en la vestimenta del personaje calvo la mano del pintor de Las Meninas.

En la batalla de encontrar una suturación básica para la herida económica de España va Zapatero y alquila una especie de Tara en Somosaguas, casi una tarta con mucho merengue. Va a ser la residencia del expresidente hasta que sus hijas góticas se quieran ir de Madrid. La villa parece importada desde centroeuropa por algún indiano que no sabía en qué gastar el dinero. ZP no está en condiciones ni para elegir una casa (y no por el precio) acorde con nuestra mustiedad sociológica. Debería aprender de Merkel cuya vestimenta no transmite nada: ni frío ni calor. Con cumbre o sin cumbre, ahí están sus trajes de chaqueta y pantalón ajenos al mundo que la rodea, que trata de escudriñar en el azul de sus ojos si será o no la autora del desastre. La monarquía española es un asunto tan serio que va la Reina y utiliza la portada de Hola para demostrar su apoyo al yerno Urdangarín. La vía comunicativa de la Casa Real no resulta nada alentadora para un momento en que está bajo sospecha. El presunto enriquecimiento del joven tiburón nos lleva a recordar que no hubo territorio vetado a la orgía, y que esto no se puede resolver como si se tratase de una exclusiva de un embarazo o una boda. Hasta Aznar trata de hacer las cosas de puertas hacia dentro: su hijo está a punto de casarse tras los muros de una finca cercana al Valle de los Caídos, nada parecido al bodorrio de su hija en El Escorial. Un enlace con la banda sonora la ceguera del poder con un besamanos que con el tiempo iba a traer más de un forúnculo: allí estaba Correa y parte de su cuadrilla volandera dedicada a los fuegos artificiales y a vestir a los chicos más elegantes del PP.

Uno de los reactivos de este momento de austeridad y de llamada al orden es la aparición, una y otra vez, de un pasado que nos embarcó en este expediente X. Ahí está, sin ir más lejos, el quehacer tóxico de Zerolo, cuya capacidad para convertir el negro en blanco, y viceversa, ya era legendaria desde sus campañas estridentes como consejero de Turismo. El senador, pese a tener Las Teresitas en el buche, podría hacer lo mismo que los británicos de Cameron: crear una City a su gusto, un corralito que no necesita control ni inspección, capaz de ofrecerle una vida de ensueño a él y a los suyos. O sea, vivir del cuento.