Alemania está colapsando la recuperación europea y condenándola al estancamiento en favor de los intereses particulares de sus empresas y bancos. Ha impuesto la doctrina de la austeridad, que bloquea las posibilidades de crecimiento. La economía está paralizada por falta de crédito y por falta de confianza. Alemania obliga a apretarse el cinturón y esa idea ha sido asumida por el resto de países de la UE hasta hacerla suya y batirse con quien ose impugnarla. Francia, que ya ha escenificado su posición subalterna en las últimas semanas, se ha dedicado a enseñar el nuevo dogma. Rajoy lo va a cumplir a rajatabla, con la voluntad del discípulo que no quiere ser relegado por el profesor. No será el primero de la clase. Italia se le ha avanzado.

El axioma ha impregnado a todos los países. Ha penetrado a través de la incertidumbre obrada por la coyuntura, del miedo a la fractura europea, del temor al hundimiento del euro y del respeto al dominio alemán fundamentado en su fortaleza. La obstinación por la austeridad y la disciplina fiscal -que proviene de los fantasmas del pasado alemanes sintetizados en la República de Weimar- coloca a Europa en una dirección equivocada. De las dos patas centrales, la de la deuda y la de la falta de crecimiento, es esta última la más preocupante, la que aboca a miles de personas al paro a diario y la que no permite protegerles de las desavenencias de los mercados.

En la cumbre de Bruselas volvió a vencer Alemania: salida de la crisis por la vía de la austeridad. Sólo rechistó Cameron y no le va a ir nada bien. En Bruselas se cosió de nuevo Europa y se frenó (por ahora) el apocalipsis que se cernía sobre el euro. Pero lo sustancial en términos prácticos se diluyó en la argamasa naciente. No se inyectaron euros en el sistema, ni se le otorgó más "soberanía" al BCE, que aún ha de pedir permiso al directorio para comprar bonos a gran escala y aliviar los problemas financieros privados y públicos. Las bases para formalizar la legitimidad del BCE se han puesto, pero Mario Draghi sigue siendo un rehén de la tesis germánica, que además aplaude sin rechistar.

Tanto el Nobel Joseph Stiglitz como el financiero George Soros han advertido de que el camino emprendido por Alemania y ratificado en Bruselas por los demás países conduce al abismo y a otra depresión. En la práctica también lo han percibido los temidos mercados. Su respuesta -la del lunes- no otorga margen a la duda, porque es dramática. Bajada de bolsas, subida de la prima de riesgo en España, Italia o Francia, desasosiego financiero por doquier. La obcecación de Alemania al negarse a que el dinero público repare la falta de inversión somete a Europa a un callejón sin salida en lo económico. En lo político, su hegemonía -que nadie le ha otorgado- es un ataque al europeísmo, cuya idea se basaba en el interés común. Como ha recordado Helmut Schmidt, hoy Alemania todavía está más en deuda con Europa -en deuda moral- que Europa con Alemania. El proyecto europeo se creó "contra" Alemania. Contra las guerras del XX que asolaron Europa y su actor principal. Y emergió sobre las renuncias soberanas a fin de cimentar los pilares supranacionales. Hoy marcha en dirección contraria. En la cúspide, Alemania, implantando obligaciones y sermoneando al resto de Europa. Y, después, todos los demás, en procesión tributaria. El Reino Unido ha dicho adiós. Pero ha sido un adiós precipitado y poco cauteloso, que se dispone sobre un gran interrogante. Y Washington aún no ha hablado.