Vuelven a casa por navidad. Pero no están todos, algunos siguen remando hacia el sitio equivocado. Otros aún no han tenido en sus vidas nacimientos espectaculares y otros están por conocer algo que los acerque. El pan del dialogo es la palabra, el verbo; a veces se queda en un solitario adjetivo que recapitula el presente, el pasado y parte del futuro: pobre.

Las Diócesis Canarias, Tenerife y Las Palmas, han expresado por medio de su obispo el deseo de que las pagas extras que reciben los curas como cualquier trabajador sean entregadas a instituciones que sosieguen con justicia y no oculten la sed y el hambre de los marginados. Obligados moralmente a mantener el tipo, al ser reyes, profetas y sacerdotes, todos los cristianos conscientes se encuentran en esta tesitura dentro de las circunstancias de cada cual, que, junto a la conciencia del que está más allá que yo, nos construye prójimos o próximos.

Pero la distancia entre el cristiano y la jerarquía y burocracia de su iglesia es tan grande que este mensaje, que este magisterio, quede dialécticamente debilitado porque no se comulga con el mismo pan: si el recién hecho de occidente, o de la opulencia o el que está sin levadura porque la miseria no da para fermentar la harina.

Porque es la parte del exceso que nos toca el que hiere, y es la responsabilidad del que gobierna insistir en la necesidad de tener la capacidad de que las personas a las que la actual política quita la palabra, sean escuchadas directamente. A casa tenemos que volver todos y no solo los simbolizados vestidos del planeta. Si nos quedamos con harapos repartamos harapos porque si hay algo que desde mi punto de vista necesitamos urgentemente es comprensión y tolerancia, porque hasta en las colas de los supermercados se puede vislumbrar la agonía del crecimiento.

¿Qué sentido tiene esta inmensa basílica del mercado con los puesteros evasores y los intermediarios políticos corriendo entre bastidores? A la era del perdón, del diálogo que reclama la filosofía actual, la teología, los pensadores del mundo, le ha dado la vuelta la pragmática y tecnócrata inteligencia liberal: lo que el trabajador tiene que hacer en estos momentos es pedir perdón público por trabajar y agradecer a la opulencia su lugar en el mundo.