El nuevo gobierno empieza en circunstancias parecidas a las que tuvo que afrontar José María Aznar en 1996: crisis, Estado en bancarrota y elevados niveles de paro. Pero con una diferencia sustancial: no nos hallamos ante la típica recesión corta, ya que España puede haber entrado en una realidad depresiva, semiintervenida (por Berlín/Bruselas) y sin soluciones fáciles a las que recurrir (devaluación de la moneda, endeudamiento). Por ello, Mariano Rajoy tiene la oportunidad de liderar cambios estructurales en la economía, para que salga fortalecida en años posteriores.

¿Y cuáles deberían ser esas modificaciones? Pues las encaminadas a reducir la dependencia de sus monocultivos: construcción y turismo. En el mundo que vendrá (con menos crédito y poco consumo interno) las economías fuertes serán las que tengan una producción dirigida a exportar y una elevada productividad laboral. No ayuda a ello el sector de la construcción, intensivo en factor trabajo y orientado a la propiedad... lo que limita la movilidad hacia donde hay empleo, cosa que se corregiría con un potente mercado de alquiler, como ya ha sugerido el Banco de España y no con desgravaciones a la compra de vivienda, como quiere el Gobierno.

Y tampoco contribuye al cambio estructural un sector turístico que ha vivido, también, de recurrir a mano de obra de baja cualificación y de atraer, a precios irrisorios (ayudados por compañías low cost) a muchos turistas... que gastan, cada vez, menos.

En fin, terminemos la carta a los Reyes Magos. Todos sabemos que el actual Ejecutivo (solo hay que ver la cantidad de propiedades que reúnen todos los ministros) está poco predispuesto a desarrollar políticas de fondo que sí aplican en los países que mejor han capeado la crisis. A no ser que se les obligue desde fuera...