Nos habían convencido de que Italia está peor que España en déficit y prima de riesgo, pero vemos a Mario Monti a punto de hacer tricéfala la dirección europea autoelegida por Merkozy. No es malo que el sanedrín crezca y amplíe su perspectiva de la crisis, aunque sea con incorporaciones procedentes de las fuerzas ocultas que quitan y ponen gobernantes sin el enojoso paso por las urnas. España es la cuarta economía de la eurozona y no parece razonable que un líder como Rajoy, elegido por aplastante mayoría, quede excluido de la curiosa superestuctura. Si sus próximos encuentros con Sarkozy y Merkel tienen ese sentido, como los muy recientes de Monti, todo irá mejor en el plano de las acciones consensuadas y no simplemente impuestas. Identidad ideológica no les falta. Otra cosa es la índole de los problemas nacionales, que, a despecho de su dimensión, requiere un cierto paralelismo a fin de articular el consenso en parámetros homogéneos. La dimensión del desempleo español podría ser disuasoria por su exagerada anomalía, pero no lo es el disparatado endeudamiento italiano y esto induce esperanzas.

Hay varias realidades que posiblemente abonen la oportunidad de ampliar el núcleo decisorio de la eurozona. La primera es nivelar el abismo que separa el tándem Alemania/Francia de los demás, reduciendo periferia y perfeccionando visiones y sensibilidades como vía hacia soluciones mejores que las muy ineficaces arbitradas hasta ahora. La segunda es el efecto paliativo sobre las tendencias locales de abandonar la moneda única por desesperación o impotencia ante las penas exigidas para alcanzar el perdón. Y la más importante para todos, especialmente España, es dar la vuelta a la tortilla y convertir en doctrina de expansión y crecimiento la del recorte que sigue vigente paralizándolo todo, desde la creación de empleo hasta el consumo del producto interior y el importado. Bien estaría que el presidente español consiguiese influir en ese cambio desde el núcleo de la gobernanza y no en el pupitre de los réprobos.

El banquero Draghi, bastante menos dicharachero que Trichet, emplaza en este mismo año el comienzo de una salida gradual de la crisis y no se muestra dispuesto a subir el precio del dinero. No estaría mal que dejase sistemáticamente a las agencias de rating con las vergüenzas al aire. Estas sibilas de la desdicha, que parecen extraterrestres en su ignorancia de todo lo que exceda el puro monetarismo, no quieren enterarse de que en este mundo de humanos hay algo más. Hay voluntad, imaginación e instinto que pueden anonadarse en una fase de los problemas pero son, en definitiva, los que alumbran las soluciones. En esa certeza, cuatro inteligencias siempre verán más que dos.