Lo de Escocia suena a inaudito, sobre todo por cómo abordan otros países, como España, la cuestión territorial cuando hay regiones en donde el segregacionismo tiene arraigo y se halla infiltrado por la (siempre falsa, pero eficaz) autoridad simbólica de la historia, que es un relato por muchos hechos que ofrezca. La victoria abrumadora de los nacionalistas escoceses hace poco, recién concedida la autonomía, ha dado lugar al anuncio de la convocatoria de un referéndum de independencia en 2014. Y la respuesta del Gobierno inglés ha sido aceptar transferir las competencias para su convocatoria siempre que los plazos se aceleren y la pregunta sea "dentro o fuera", sin hueco para la tercera opción, paradójicamente buscada por los nacionalistas, de "dentro pero fuera" (autonomía fiscal total dentro del Reino Unido) para no asustar a sus propios votantes. Es obvio que ambas partes juegan en clave táctica, pero lo que se me escapa es por qué algo aun remotamente similar no sucedió con el Ulster, cómo se derramó tanto sufrimiento y se dejó que el embrollo creciera casi hasta la sin salida. La cuestión escocesa -la primera de este tipo tras el fin de los terrorismos secesionistas de Europa en el siglo XX: el IRA y ETA- marcará pauta y el País Vasco es lo siguiente en la lista. Como dato anecdótico, pero revelador de dos modos no sólo de estar en Europa, cabe recordar que la denuncia de instancias canarias contra el famoso concurso de ideas restringido de la Gran Marina de Las Palmas de Gran Canaria coincidió en 2004 con otra contra la designación a dedo de la idea ¡y realización! del edificio del Parlamento escocés en Edimburgo por el catalán Enric Miralles. La decisión de Bruselas fue la misma: las directivas comunitarias impiden tal restricción, aunque son flexibles -si nadie denuncia- ante la dificultad de armonizar en tiempo las legislaciones tan diversas de sus socios. Pero Madrid y Londres reaccionaron de modo opuesto: Madrid aprovechó para cargarse un proyecto razonable al que se acusó de tropelía especulativa sólo por que no era de los de su cuerda (y que una alcaldesa manejó fatal). Londres arguyó que no echaría abajo el edificio -testamento fantástico, por cierto, de Miralles- salvo que los escoceses dejasen. Es obvio que ahí sigue.