Las épocas difíciles son siempre terreno abonado para desempolvar crípticas profecías y nostradámuses. A la nuestra le ha tocado coincidir con el fin del mundo maya, que debe cumplirse este año si los cálculos, que en cuestión de apocalipsis son siempre muy resbaladizos, andan acertados.

Las cosas nos las pintan tan mal, que algunos creen escuchar en esta crisis las sonoras trompetas que anuncian el final de la civilización. En verdad lo que le gustaría a esta gente es que quitaran a Merkel y a Rajoy, que se pegan la vida anunciando recortes y sacrificios que después no arreglan nada. Querrían despertar un día y que les dijeran que todo ha sido una pesadilla, que recuperarán su trabajo y podrán pagar su hipoteca, pero va a ser que no. De tanto apretarnos el cinturón nos van a acabar ahogando, y eso debe de ser el fin del mundo maya, coligen.

Yo no sé qué pensar. A mí las teosofías y las adivinaciones me dan risa y miedo a la vez, como al escritor Emilio Carrere. Lo más parecido al fin del mundo que me tocó vivir fue el fallido efecto 2000, que iba a fulminar los ordenadores de todo el orbe como un rayo, y al final se quedó en nada.