Lo castizo está siempre ahí en España, debajo de sus vuelos para ponerse a tono con la modernidad. Lo castizo no pasa, vive agarrado debajo de la piel, como una garrapata, o enterrado en la carne, como la triquina. En lo castizo hay lemas de siempre, gusto por el refranero más resignado, machismo irredento, religiosidad social o beata, horror a lo nuevo, vicios socialmente aceptados, estética retro, etcétera, pero su núcleo o esencia, el fondo duro de lo castizo, son las castas. O sea, el esqueleto de lo castizo es el clasismo, aunque se disfraza siempre de populismo inorgánico, de plebe, aquella que gritaba: "¡Vivan las cadenas!", en respuesta airada a los que querían romperlas. En tiempos de crisis el casticismo vuelve, y para muchos hace de ancla para sentirse seguros en el temporal. No todo lo castizo es malo, claro, hay que viajar pendientes del retrovisor, lo malo es cuando el regreso a lo castizo es un proyecto.