En paralelo a los mordiscos o dentelladas, todo depende, que De Guindos (cobró casi 400.000 euros de Endesa el año pasado) aplica en el tuétano económico de las familias españolas se establece, en proporción al tajo, un plan de recortes que va, por ejemplo, desde acabar con las galletas de chocolate a no poner el coche en marcha los domingos para ahorrar en gasolina. Y lo de la precariedad en el yantar no es fantasía: pescaderos y carniceros ya notan cómo sus clientes más fieles van directos al congelador y abandonan el producto fresco. No es el único cambio. Amigos que sólo sabían agarrar los lomos de un libro para después discursear en grupo relegan, con el recorte, la parafernalia intelectual y buscan soluciones al desmadre de una bomba de agua de la lavadora. El manitas de toda la vida está cotizado, se le requiere para resolver los agobiantes entuertos domésticos y también como asesor de los que nunca han logrado taladrar bien una pared. Tampoco queda mal en una reunión de lo más cool, en la que se habla de arte o de cine, introducir el elemento de la cesta de la compra. En un minuto, el escenario se traslada a la dura vida del peculio familiar y empieza una amena charla sobre dónde comprar más barato. Un catedrático de Literatura despistadísimo, colaborador de una revista anglosajona dedicada a la comparativa de modelos narrativos, se ha convertido de pronto en todo un experto en líquidos y jabones de limpieza, capaz de hacer un inmejorable ranking sobre disminución de costes, capacidad del recipiente y contribución del mismo a la sostenibilidad. Su sabiduría es agasajada por la pandilla. Todos lo ven como un acicate para profundizar en el contraataque: la tácticas de consumo, las estrategias de ahorro o el final de un hábito se convierte en un arma revolucionaria contra los recortes. Mr. Sayn no lo duda: si algo puede hacer cambiar la espiral de la manida austeridad es el cierre de industrias sin ventas. Es decir, arguye, a más zapateros, a más sastres, a más talleres de coches, menos manufactura. En definitiva, concluye Mr. Sayn, nuestro extremo cuidado en consumir no más de lo necesario, en no ir a lo superfluo y en buscar la tercera o cuarta vida de lo que estaba muerto tendrá un premio: las cadenas de montaje se lanzarán sobre los gobiernos. En todo caso, exprime, todo esto no se puede hacer de la noche a la mañana: del expansionismo de otras décadas hay que pasar a la estrechez, y ello es muy complicado. "Yo me he comprado una buena bata para andar por casa y unas buenas zapatillas de piel. Son dos elementos que contribuyen a mi bienestar y que evitan, además, la tentación de salir a la calle y hacer gastos innecesarios". Todos aplaudieron la nueva felicidad de Mr. Sayn, un tipo capaz de darle la vuelta a la tortilla.

Aparte del crecimiento exponencial de las veladas literarias y musicales en privado, con intermedios dedicados al debate sesudo sobre la crisis, resurge un esmero por la cocina de cuchara, el viaje barato para descubrir un paisaje, la emoción por el retorno de amistades perdidas, la oportunidad de ver una película en el cine el día del espectador, un bocadillo a la orilla de la playa, una necesidad de encontrar en el otro una explicación a la complejidad del día a día, un reencuentro con materiales antiguos... Ni que decir tiene que nos encontramos en el ámbito de la clase precariada, antes media, muy sobada con el IRPF, la asfixia funcionarial o el desplume de la reforma laboral... En los altisonantes consejos de administración, supervivientes con nóminas, bonos y jubilaciones luxe no hay paréntesis. Y por supuesto que están los que ya no tienen nada, sólo la esperanza como motor.