Rajoy se ha plantado y les ha dicho a los socios comunitarios que se olviden del 4,4% de déficit, que este año lo va a cerrar con el 5,8%. Y que si no les gusta, que se aguanten. El presidente europeo, Herman van Rompuy, se ha enfadado, porque ni él mismo entiende su cargo, y desobediencias como esta le confirman en la cualidad de holograma institucional. Pero los socios importantes se lo han tomado con calma, al menos de momento, porque saben que lo que no puede ser es imposible. Y no puede ser bajar de golpe 4,1 puntos de déficit con una contracción de 1,7. Sería añadir recesión a la recesión y complicar más todavía el saneamiento, de cuya necesidad nadie duda, y que justo por ello exige buscar la salud del organismo, y no su debilitamiento. Grecia es el ejemplo de lo que ocurre cuando se exigen esfuerzos extraordinarios a un cuerpo enfermo: que a cada intento adelgaza más todavía. Como a aquel esclavo al que se reduce la ración de comida cuando no puede con el trabajo, y que por ello cada vez puede menos, hasta que muere. Pero España no es Grecia: se puede pensar en un euro sin Grecia, y algunos ministros alemanes no solo lo piensan sino que lo dicen, pero el peso de España en la Unión, en la moneda, y en el nuevo tratado, merece un respeto. Desde tal convicción, Rajoy les ha dicho: "Esto es lo que hay", aunque con una gestualidad un tanto desconcertante, por sorpresa y una vez cerrada la cumbre, y muchas lenguas se han mordido para ahogar las palabras de condena. Si había un momento para que el gobierno español sacara pecho era este, cuando puede presumir de estar cumpliendo con el programa de reformas. Zapatero no podía ponerse gallito porque siempre iba por detrás de la situación. Y además, Rajoy es de los suyos: de los conservadores que mandan en casi toda Europa. Sin embargo, reducir el déficit en "solo" cuatro puntos y en plena recesión continúa siendo un objetivo muy arduo, incluso si la factura de la deuda se comporta, lo que en parte depende de que se mantengan las inyecciones de liquidez del BCE a los bancos, cuestionadas por los germanos. En España los bancos usan este líquido para comprar deuda del Estado, lo que trae dos beneficios: aliviar su carga en el presupuesto y, con el margen conseguido, mejorar la solidez de las propias entidades, que es otro objetivo insoslayable.