El periodismo sólo tiene la dignidad del peligro. En pocos profesionales se manifiesta este rango con la intensidad registrada entre los corresponsales de guerra, a menudo desdeñados por la prensa de despacho -que somos todos- como meras víctimas del síndrome bang-bang. Acostumbran a despreciar la leyenda tejida a su alrededor, el incomparable Robert Fisk me recordaba que no quería llorones en medio de las bombas, y que entendía la hostilidad de los nativos que le había costado una sangrienta agresión.

En un género con una elevada tasa de mortalidad, los corresponsales de guerra también rechazan que su fatalidad se coloque por encima de los cadáveres causados por los enfrentamientos armados. Sin embargo, se necesita una excepción con Marie Colvin, la norteamericana que siguió todos los conflictos registrados durante el último cuarto de siglo para The Sunday Times. Un medio de Rupert Murdoch, que también paga a excelentes periodistas.

Colvin era la enviada especial con el parche en el ojo izquierdo, que había perdido junto a la capacidad auditiva por gentileza del ejército de Sri Lanka. Fue asesinada en Homs por las tropas de Assad que atacaron selectivamente el improvisado centro de prensa de los rebeldes. Por supuesto, sólo podemos hablar de asesinato si aplicamos idéntico término a los militares estadounidenses que mataron a José Couso en Bagdad.

Los lectores de la glamourosa Colvin -perlas, cachemira y lencería fina bajo el traje de faena- nos guiamos por el pragmatismo. Hemos perdido un vértice del triángulo de voces femeninas que, junto a Hala Jaber y Christina Lamb, configuraban nuestra visión del mundo en ebullición. Se manifiestan desde las páginas posteriores del Sunday Times, debido a la inversión de la pirámide informativa que considera más relevante un cambio de novia de Ronaldo. El 19 de febrero, la doble página de Colvin estaba barrida por el titular "Vivimos con el miedo de una masacre". Al domingo siguiente, el mismo espacio estaba recorrido por el fúnebre "El último encargo".

Si añadimos los nombres de Christiane Amanpour y Maruja Torres, se cerrará la lista de hijas de Oriana Fallaci, aunque alguna de ellas se enojaría hoy por la filiación que encarna Joanna Cassidy en la película Bajo el fuego. A raíz de la muerte de Colvin, han reivindicado su condición de "chicas para chicas", más allá de los cincuenta. El conflicto es la fuente de la eterna juventud, pero contarlo para vivir no siempre garantiza vivir para contarlo.