La consejera Margarita Ramos ha dicho que hay que ponerle un techo a la llegada de turistas para contribuir a un modelo de crecimiento sostenible para Canarias. ¡Blasfemia! ¡Insulto! ¡Estupidez! Esta señora no se ha enterado de que ese discurso es de antes de la crisis, y que ahora empieza a cuajar un modelo donde usted llega a una jurisdicción y le declaran absolutamente libre de tasas y permisos a cambio de montar cualquier chiringuito, ya sea un casino, un rascacielos de máquinas tragaperras o un lago de tiburones que se dan besos de tornillo. La sostenibilidad es una reflexión carca, muy casposa, aunque todo el mundo sepa que existe un límite, una capacidad de carga del territorio y de los servicios básicos. Pero ya se verá cómo se soluciona el problema cuando se convierta en acuciante. Ahora nadie puede echar barro a esta felicidad productiva, porque lo correcto no es salir al estilo de Margarita Ramos y aguar la fiesta. Aquí no se puede disuadir a nadie, ni es momento para reflexiones filosóficas sobre el futuro. Este discurso cauteloso, moviola de los percances de pasados monocultivos de la insularidad, está vetado. Hasta los críticos andan de capa caída. Ni asomarse.