Miremos a donde miremos reina el abuso de realidad. Se va colando como quien no quiere la cosa. Lo hace tan campante a la hora de la compra en el supermercado donde el salario no alcanza; un día cualquiera en que contemplamos a alguno de nuestros semejantes revolver en los contenedores para hacerse con las sobras, perdida ya toda vergüenza como un animal hambriento despreocupado de la mirada ajena; a la vuelta de la esquina donde una señora sentada sobre una caja vacía blande su mano a modo de súplica; en las oficinas de empleo atestadas de gente mientras otros, en el exterior, se mantienen a la espera de su turno en algún eslabón de una cadena infame; en los discursos de los políticos, trajeados con vestidos de marca selecta, que le ponen cara de circunstancia a su monserga trágica; a través de los medios en que la crisis se esgrime como justificación para recortar y suprimir derechos humanos inalienables; en la promulgación de leyes que niegan a las mujeres la posibilidad de decidir sobre sus cuerpos y vidas, a los mayores una asistencia digna, a los jóvenes su presente y porvenir, a quienes trabajan mantener su empleo, a los enfermos psíquicos y a los aquejados de alguna discapacidad a ser asistidos y tratados como iguales al resto de seres mortales, a la ciudadanía en general el acceso a una asistencia sanitaria y una educación dignas, a la cultura?

El abuso de realidad se cuela, indolente, por las rendijas de la vida cotidiana y hace estragos. Suprime el derecho al pan y suprime el derecho a las rosas. "Pan y rosas", metáfora que alude a la importancia de satisfacer las necesidades básicas a la vez que a la de tener una calidad de vida que trascienda la mera supervivencia.

Nos devora, lentamente, ese abuso de realidad, mordaza de la que se valen los gobernantes por razón de Estado para sacrificar la vida humana, sagrada. Con otras palabras, para desembarazarse de sus tropelías y hacérselas pagar, masacrándolos, a los sectores de la sociedad civil más vulnerables.