Pues va a ser verdad que los viejos tenemos algo de razón. Los autores octogenarios ya son mayoría en mi mesa de lectura (no en la de noche, pues no leo para pillar el sueño). Y compruebo con desazón que el pensamiento más joven desaparece gradualmente, quién sabe si por objetiva escasez o subjetivo desapego. Para ir al grano, me someto con "razonable pasión" a la relectura del siglo XX (en él quedaron 60 años de mi vida) que propone Eric Hobsbawm, historiador marxista que sabe de política bastante más que Marx en el XIX. Acompañado por el anarquista Chomsky, "leo" ahora las reformas del gobierno conservador de España, los comprensibles titubeos sindicales y la huelga general del 29-M. Cito filiaciones por dos motivos: porque me interesan más el rigor de análisis y/o el ejemplo de conducta que las ideologías interesadamente adheridas a las nociones de marxismo y anarquismo, con las que nada tengo que ver; y porque en elaboraciones similares, pero de otro signo, me ofenden la mentira, la mixtificación y el reflejo justificatorio -que no explicativo- de los incumplimientos más clamorosos de la historia de las ideas.

Noam Chomsky tiene 84 años y, que sepamos, aún no ha puesto la mira sobre la "revolución neoliberal" de Mariano Rajoy. Seguramente lo hará, como en otros episodios del acontecer reciente de España, porque ilustran en la praxis política algunos de sus juicios sobre regresividad democrática, crecimiento de la economía especulativa en la crisis provocada por el poder financiero, teoría de la conspiración, imperialismo del capital, planificación de las élites sobre el fracaso social de la desregulación, o fascismo latente en las sociedades teóricamente más avanzadas en libertades. "Al borde del fascismo" forma parte de uno de sus diálogos (de 1999), que se parecen a los socráticos por motivos diversos, incluida la moderación de una mirada universalista frente a las imputaciones de extremismo. Y nada digamos de su análisis del derechismo "cristiano" de Newt Gingrich, reaparecido -por fortuna, sin éxito- en las actuales primarias republicanas de EE UU, al que tanto empieza a parecerse el ministro Gallardón, presunto solapado.

No pretendía este artículo apologizar a Chomsky, pero ha tomado otro camino y apenas queda espacio para citar el núcleo del pensamiento sindicalista de este gran científico de la lengua, padre de la gramática generativa, que nos hace el regalo impagable de despejar con su potencia intelectual la tiniebla de los problemas inmediatos. "En realidad -dice- hemos llegado al punto en que a algunas grandes empresas no les preocupan ya las huelgas, las consideran una oportunidad de destruir a los sindicatos... Hoy día, un verdadero movimiento obrero tiene que ser internacional... Las "Internacionales" de que hablaban los activistas sindicales eran básicamente una broma", etc. Si no lo han leído ya, puede que Méndez y Toxo encuentren más oxígeno en esos textos que en el recuento de huelguistas y manifestantes.