A pesar de la guerra de cifras que unos y otros se toman como bajas de sus ejércitos, con sus avances y sus trincheras, ha sido importante que las personas de todo sentir hayan pisado las calles y avenidas para algo más que consumir, que es por otra parte lo que obliga el mercado y el deseo hedonista de consumo.

Buen ejercicio democrático, en horas tan bajas para la política y sus representantes, incluidos sindicatos, en una sociedad perdida entre la angustia y la nula capacidad de reacción ante el monstruo del desarrollismo y la usura.

Esta muestra de repulsa por unas leyes lesivas para la mayoría de los trabajadores y para el futuro de otros muchos, debería hacer reflexionar al gobierno del estado sobre cuestiones, tan importantes como las que están en juego: ya no por el estado del bienestar, sino simplemente del estado moral y político de esta realidad social cada vez más dura.

Resulta paradójico, que al presidente Obama le pueda costar la reelección a la presidencia, su empeño en hacer más accesible la sanidad y la educación a los ciudadanos más desfavorecidos de los EE UU y que los contrarios a estas reformas sean los republicanos, los neoliberales que solo miran al estado cuando el déficit se les va de las manos y hay que inyectarles liquidez con urgencia, activos que no devuelven, ni justifican.

Probablemente, porque todo tiene su cruz, cuando se acerque noviembre sonarán tambores de guerra, oriflamas al viento, discursos vehementes y movimientos tácticos de tropas en el golfo Pérsico preparados para un ataque a Irán, el último bastión de Satán que queda en el mundo; porque este plan resulta habitual en las elecciones norteamericanas y ayuda a elevar la capacidad humana de la emoción.

Las drásticas medidas tomadas por el gobierno, son, como mínimo, inmorales y políticamente injustas: se premia a los defraudadores, los que nunca tuvieron ni tendrán hambre, y suben la luz, los impuestos, el gas, los transportes que evidentemente repercutirán en los trabajadores con sueldos medios y hundirá a los que no tiene trabajo ni futuro. ¿Es que no cabe ya el concurso de las ciencias humanas en esta dura realidad, que puedan ayudar a reflexionar cómo salir sin desesperación de este agujero?