Parece que ya no basta con elevar la voz y proclamar que el rey está desnudo, tal y como lo reveló el niño del cuento de Andersen. Para quienes no conozcan la historia, trata de dos truhanes que se hicieron pasar por tejedores y se ofrecieron a su soberano para confeccionarle un nuevo vestido, cuya milagrosa virtud era volverse invisible a toda persona inepta para su cargo o estúpida. Los farsantes simularon trabajar durante largas jornadas, embolsándose elevadas sumas de dinero, y finalmente el emperador se dejó engalanar con la inexistente indumentaria, dispuesto a exhibirla ante los habitantes de la ciudad. Iba efectivamente desnudo y nadie, ni siquiera él, quiso confesar no ver traje alguno. De lo contrario, se habrían descalificado a sí mismos. Durante el desfile tampoco ninguno de la multitud se arriesgó a proferir que el rey estaba en cueros hasta que estalló el grito del valiente niño: "¡Pero si no lleva nada!"

Recurriendo a la metáfora del rey en el cuento, ocurre en la actualidad que millones de personas gritan, como el niño, que el rey está desnudo y ante la proclamación de la verdad, no cambia nada de nada. Una muestra: los millones de manifestantes durante la última huelga general en el Estado español. Su presencia en la calle, su denuncia de la infame reforma laboral y su celebración de la vida frente a quienes pretenden secuestrarla parecen caer en saco roto. Los gobernantes no solo les dan la espalda, sino al día siguiente de las protestas aprueban nuevas medidas de refuerzo que vulneran aún más el derecho a vivir dignamente.

Ante tal situación, quizás los ciudadanos debamos encontrar un grito nuevo o decir lo que tengamos que decir sin gritar. En el seno de la propia ciudadanía, lejos de los oídos sordos y totalitarios de los gobernantes no dispuestos a escuchar nuestra voz. Eso sí, sabiendo que nos tildarán de violentos -ojo al parche-, y que apelarán a eso que llaman democracia y no lo es. Oe, oe, oe //oe, oe, oe // le llaman democracia y no lo es.