Aquí ni Dios, o mejor, ni la Conferencia Episcopal, que debe estar sorda y ciega a estos efectos, ha sacado las debidas conclusiones de la crisis. Hay una consecuencia elemental: la grandiosidad y el derroche no son buenos consejeros; suelen llevar a la ruina, o a un callejón sin salida. Y menos mal, porque gracias a estas circunstancias las Islas siguen siendo habitables, aunque haya quien lamente que no todo sea posible, por la cantidad de puestos de trabajo que se pierden. Pero esta es una publicidad que, por muy machacona que sea, como la de la tienda en casa, hay que poner en cuarentena. Conviene recordar a madame Rolland de la Plàtier, intelectual y revolucionaria francesa que fue pasada por la guillotina por el delito de criticar los excesos de la revolución: "Libertad, libertad", dijo en el cadalso, "cuántos crímenes se cometen en tu nombre". Pues eso.

De vez en cuando, desde los albores de la era del pelotazo posmoderno, hay quienes emboban a los alcaldes y concejales de Urbanismo, aunque hay algunos que se autoemboban solos, con las ventajas de enterrar la Avenida Marítima y hacer una gran plaza en superficie para mejor conectar la ciudad con el mar y que la gente pueda pasar con comodidad de un lado al otro y viceversa. Y muchos lo dan por cierto y evidente. Ah, claro, es verdad, hay que dejar de dar la espalda al océano. ¿La espalda? La Avenida Marítima no solo da la cara al Atlántico, sino que cumple muy bien la función para la que fue soñada. Porque primero se soñó como horizonte de dominio público que socializara el paisaje marítimo, y luego se llevó a cabo el gran relleno, impulsado por el alcalde Ramírez Bethencourt con imaginación, y algún que otro amiguismo colateral que hoy sería incompatible con la legislación vigente.

¿Para qué hace falta el soterramiento? Para dejar una gran plaza en superficie, contestan los adeptos del hacer lo que sea. Entonces ¿para qué hace falta una gran plaza?, ¿la demanda alguien?, ¿hay que pedir cita previa para entrar en las existentes o sacar número como en los supermercados? ¿Hay colas...? Bueno, se contraargumenta, es que hay que facilitar la conectividad con el paseo. Ah, bueno. Eso es otra cosa, porque pasamos de un coste de 300 millones de euros a uno de 30, haciéndolo en plan lujoso. El diseño de la autovía ideado por los ingenieros de Obras Públicas fue, benéfica y afortunadamente, modificado a trozos por los alcaldes Rodríguez Doreste y Mayoral; este último construyó los pasos subterráneos que permitieron llegar desde el Puerto al Sur sin semáforos; y aumentar, de camino, los accesos a la ribera. Bien. "Pero hay que mejorarlos". Sin duda, sin duda. La reforma de la Avenida Marítima no ha decaído desde que se terminaron los tramos VI y VII y las obras de corrección de los nudos en Santa Catalina, Torre de Las Palmas, Juan XXIII... Habría que consultar, por cierto, con el ex ingeniero municipal Fermín Monzón, que además de proyectar el de Bravo Murillo une la experiencia como jefe que fue de la Policía Local. Tras muchas propuestas, y desechadas las que lo único que trataban era de facilitar solares en una nueva primera línea para edificios pero de alto standing, la solución que se fue abriendo paso con más consenso, por su prudencia y razonable inversión, fue ensanchar la Avenida desde los jesuitas a Las Alcaravaneras, siguiendo el modelo portaaviones, que tan buen resultado ha dado. Con ese nuevo ancho se crearía un carril para guaguas, otro para bicicletas y unas ramblas arboladas al lado de la marina, que contaría con distinto tipo de instalaciones náuticas mediante concesiones administrativas. Volver a discutir entre lo bueno y lo mejor, entre lo que puede hacerse en esta aciaga crisis y lo que es sencillamente im-po-si-ble, son ganas de perder el tiempo y poner en peligro la autoestima.

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