Recorrer alguna de las ciudades periféricas de Madrid es como visitar un parque temático de la crisis, con sus estratos geológicos: rodeando su perímetro residencial (años ochenta y noventa del siglo XX) se alza la corona de urbanizaciones ya habitadas y todavía razonables (fines del XX), que finalmente se desfleca en un círculo exterior de grandes espacios (primera década del XXI) en el que algunos bloques terminados emergen de un desierto urbanizado y desolado, con alguna gigantesca escultura e inmensos parques sin paseantes. Una representación plástica de la burbuja pinchada, que quiere ahora ser redimida con una nueva ciudad del juego y del ocio, erigida en un espacio vacío de normas y regulaciones, en el que la economía de casino no sea mera metáfora, haciendo real así el sueño de sus mentores, indígenas y foráneos. ¿No sería justo dejarles rematar la desmesura con esa deposición final?