Como complemento de la vigente Ley de Costas debería de redactarse un proyecto de Ley de Laderas. Y ante la anunciada suspensión de la moratoria, también debería de acelerarse la redacción de esta novedosa propuesta. Es decir, una nueva norma con doble consecuencia territorial. Si la aplicación de la actual normativa costera va a tener carácter retroactivo para determinados caseríos (históricos y populares), alegando para ello su mala calidad constructiva y salvando de paso hoteles que se alzan en el espacio público, ¿qué hacer con las horrorosas construcciones turísticas ubicadas en las laderas de nuestros barrancos y de nuestros volcanes? Estamos hablando de espacios comunes, de funcionalidad alojativa y de estética del paisaje, tres ingredientes en el variopinto magma del urbanismo y de las competencias territoriales en nuestras islas. Cuando en los años setenta del siglo pasado se inició la fiebre constructiva, nadie se cortaba un pelo a la hora de amojonar terrenos y convertirlos de ahora para después en solar de alojamiento hotelero, en sueño de pequeños ahorradores, en fuente nutriente de las arcas municipales. La gallina entonces ponía los huevos en oro macizo. Y cuando los ecologistas se percataron de que las laderas, los agrestes tabaibales y los perfiles de los conos volcánicos eran cubiertos por casitas blancas, uniformemente alineadas y sobrepuestas sin rubor hasta llegar a las aguas vertientes de las montañas, casi rozando el verde pinar, levantaron la voz y clamaron contra tanto desafuero. Entonces, un alcalde de nuestro Sur, para no quedarse atrás, dictó su famosa sentencia: «¿Qué quieren, que metamos a los turistas en una cueva?». El drama constructivo siguió adelante. Las detonaciones para romper el basalto y los tractores horadando paisajes virginales se imponían a los cándidos eslóganes de los ecologistas. Los barrancos se convirtieron en pistas de tenis y las laderas en moradas de medio pelo. Para ver el mar se usan prismáticos, y el chapuzón en la playa va precedido (y seguido) de un rutinario viaje en microbús de no menos de media hora. El paisaje no importa. Y la calidad mucho menos. Ese es el origen del modelo turístico que disfrutamos. La masa y el griterío. Razones para, entre otras, una ley de laderas.