Es de suyo que el día que sea exhumada se convertirá en el gran hito de la arqueología de la modernidad en Canarias. Mientras tanto sigue ahí, sepultada como un recuerdo reprimido, y si no digo que duerme el sueño de los justos es por no parecer impío. Enterrada precipitadamente en Arenales al estallar la guerra civil, la copia de La Edad de Oro de Luis Buñuel continúa en estado de pausa en el subsuelo de Las Palmas.

El historiador Fernando Gabriel Martín reveló en su momento la existencia del secreto -que le contó algún protagonista directo o indirecto- e Isabelle Dierckx volvió más tarde sobre él con un documental un punto extravagante. La cinta había llegado en 1935 a Santa Cruz de Tenerife en el equipaje de André Breton junto a las obras de la Exposición Internacional del Surrealismo. Pero un filme que estuvo prohibido en Nueva York hasta 1982 y que había provocado el incendio del cine parisino donde fue estrenado, no podía circular plácidamente por una ciudad de la periferia española de los años treinta. De modo que tras su campaña contra esta película que mezcla a Sade con la iconografía de Cristo, los sectores ultraconservadores tinerfeños lograron que su proyección fuera prohibida. Después, la copia viajó clandestinamente a Las Palmas con el fin de devolvérsela íntegra a Buñuel. Y aquí sigue.

Lo que nunca ha quedado claro es quién se hizo cargo en Gran Canaria de este material inflamable. Se habla de Agustín Espinosa, el escritor surrealista que oscilaba entre la admiración por la Falange y la devoción por el "Divino Marqués". Pero no hay que descartar a Juan Márquez. El ebanista, diseñador de los muebles más modernos que se hayan fabricado nunca en Las Palmas, había vivido un tiempo en París donde intentó triunfar como escultor clasicista. Amigo de Buñuel, pese a sus posiciones estéticas antagonistas, le había ayudado a localizar los exteriores de Un perro andaluz y aparece en el reparto como un paseante.

El caso es que estalló la guerra y, quizá en el mismo minuto en que Franco tomaba en Gando el Dragon Rapide, el custodio, aterrado ante la posibilidad de que los facciosos hallaran en su poder una película con semejante ficha, decidió sepultarla bajo los arenales. Y fue de este modo, y no de otro, como La Edad de Oro inauguró la historia del cine underground de Las Palmas.

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