Por Dios, por Dios, susurraban a la puerta de la iglesia, -solo alzan la voz los poderosos- en los soportales de los templos, y quedaron pordioseros, más tirando para delincuente que para mísero. Los canicularios espantaban perros en los templos, abrían paso a las dignidades en las procesiones, recogían criaturas con días de nacidas colgadas de las aldabas de las puertas de las parroquias.

La caridad estaba distribuida por imperiosa necesidad; había colectas especiales para los pobres de solemnidad y las cunas y hospicios se llenaban de pequeños infantes con sangre de padres nobles o burgueses, comerciantes y capataces.

Los inmigrantes, los exiliados, los marginados, los miserables de este mundo se llaman olvidados y parece que gritan en las mismas puertas o en otras que la historia cristalizó en grandes centros de entretenimiento, en instalaciones diseñadas para que la miseria no se vea: lo que no se ve tiene nombre pero no obliga. Por las mañanas están recogiendo los parapetos en muchas partes de la ciudad, escalinatas, paseos, bancos medio escondidos en los parques: las iglesias han cerrado sus soportales con rejas para que se pida con orden y no se pueda hacer hogar de la casa de todos los que se lo creen.No se puede bajar más en la sublime escala de la pobreza, parece que la hermenéutica se utilizó mal o sesgadamente, en algunas tramos de la tesis, al leer la historia o la escritura con mayúscula: los pobres siempre andarán con ustedes, detrás, delante, a un lado y a otro, no hay posibilidad de invisibilizar tan extraño espectro, esa sombra que no tiene con quién hablar. A lo más es hacer desaparecer, cuando están repuestas las calles, los andenes, los parques, los puentes, los restos de papel y cartones, los tetrabrik y las inmundicias, pues aquí no hay noche ni día, es el supremo eterno retorno del pobre, del olvidado, del que no tiene memoria la historia. La ciudad crece hacia donde no debe; a donde no llegan las asistencias para estos casos extremos; el ser humano decrece en su política de auxilio y los endemoniados deudores se ahogan bajo un innumerable laberinto burocrático, que no obstante intenta paliar el sufrimiento sumando más pobres, polarizando los escenarios y entonando la universalidad de la culpa.