Me contaron hace un par de años que llegó una señora a la consulta de la traumatóloga porque se había torcido un tobillo unas semanas atrás. Lo llevaba envuelto en una de esas cataplasmas que salen en las películas del oeste, una venda con un engrudo de hierbas sujeta con palitos que le habían llagado la piel. "No lo entiendo, no hace efecto, incluso ha empeorado", resumió la paciente con el pie como una bota. Cuando la doctora le dijo que resulta altamente improbable que un esguince mejore aplicándole verduras, la otra se le revolvió con un "es que ustedes solo creen en llenarnos de química, pero yo tengo fe en los remedios naturales". Si fuera cosa mía la habría dejado con su emplasto y sus creencias, pero hay profesionales que han hecho un juramento hipocrático que les impide abandonar al prójimo a su suerte. Entre estos no se encuentra la ministra de Sanidad, Ana Mato, licenciada en Políticas y Sociología, que el lunes pasado dio una clase magistral de ocurrencias y apoyo sin fisuras al jefe y justificó la exclusión de fármacos de la financiación pública en la supuesta ineficacia de algunos de ellos: "Medicamentos para afecciones leves que pueden ser sustituidos por otro producto, muchas veces natural", dijo textualmente en un acto patrocinado nada menos que por Farmaindustria. Cual oráculo de Delfos, Mato no ha querido matizar después sus palabras. O no ha podido.

Volvemos a la España del doctor Rosado, ¿se acuerdan de él? Tenía un programa bien famoso en la televisión desde el que daba consejos fronterizos entre la medicina tradicional y el puro chamanismo: imanes en vasos de agua, lavativas con borrajas, ventosas y en ese plan. Hubo un aluvión de desastres y luego se supo que no era médico, pero a quién le importa, la educación superior está muy sobrevalorada, de ahí que se vayan a recortar las becas. La anterior ministra socialista de Sanidad, Leire Pajín, llevaba una de esas pulseras mágicas que te arreglan el cuerpo denunciadas por las academias médicas y las organizaciones de consumidores. Y más atrás en el tiempo, la inefable Celia Villalobos se despachó en plena crisis de las vacas locas, con ciudadanos falleciendo con el cerebro agujereado y un auténtico pavor a consumir ternera, aconsejando abstenerse de hacer "calditos con la médula de los huesos". Efectivamente, unas ministras muy apañadas que lo mismo están al frente del departamento más importante del Gobierno por presupuesto, personal y competencias, como podrían redactar el horóscopo en una revista barata. Lo próximo será pedirnos que nos fabriquemos nuestros propios diagnósticos a través de internet.

No conozco ningún médico que no recomiende productos naturales bajo supervisión, o que esté en contra de que técnicas milenarias de las medicinas de otras culturas, como acupuntura china, se incluyan en el catálogo de servicios de la Seguridad Social si realmente funcionan y rebajan gastos. No sé de ningún galeno que se resista a reducir los medicamentos innecesarios a sus pacientes, y que no pida vigilar la dieta, hacer deporte, acudir a terapia psicológica si está indicado. De la misma manera, no tengo noticia de ningún ministro que sea capaz de reconocer que no son precisamente nuestros pobrecitos jubilados y sus enormes pastilleros (que no derivan de la paranoia colectiva sino de una vida dura) los responsables del déficit del Estado. Tal vez si los corruptos devolvieran euro a euro lo que han robado no haría falta meter la mano en el bolsillo a los enfermos. Y ya que estamos en plan alternativo, el precio del billete de avión de Mariano Rajoy para ir a ver la final de la Eurocopa, invirtámoslo en aspirinas para todos. O en tila, que me da lo mismo.