El delegado del Gobierno de Europa en España, Mariano Rajoy, salió ayer con oreja y ovación del ruedo del Parlamento.

Es lo que tiene encender la tele cuando el programa ya está terminando, que sin ver el desarrollo termina uno extrayendo falsas conclusiones.

Cuando el aparato empezó a carburar ya estaban en pie los parlamentarios amigos suyos aplaudiendo. Hay varios tipos de aplausos. Está el formato concierto, de unas 120 palmadas por minuto, que denota admiración, y que por tanto se produce sin orden ni concierto, valga la redundancia. Luego se encuentra el aplauso de buena educación, de unas 40 palmadas por minuto, con el que los asistentes muestran un agradecimiento por el artista a pesar del tostón de su espectáculo. Y luego está lo que se viene a denominar, a partir de hoy, el euro-aplauso, que se ofrece de pie, con un ángulo de unos 35 grados sobre el eje del diputado para observar de frente al delegado del Gobierno de Europa en España, y en el que los dedos de una mano chocan con la palma de la otra, que es más fino. Sus antecedentes históricos se pueden emparentar con el inquietante aplauso a la búlgara, modalidad parecida pero más peligrosa: al que no aplaude se le corta la otra oreja, y en ocasiones el rabo.

Este último fue el observado ayer, y al no conocer el contexto, uno llega a la errónea conclusión de que el ponente había decidido por fin devolver al patrimonio nacional y exigir responsabilidades por los más de los tropecientos mil millones de euros que la gestión de la masa gestora ha malgastado en aeropuertos sin aviones, en carreteras sin vehículos, en egocéntricos templos culturales sin abrir, en indemnizaciones extravagantes y otras boberías múltiples que ahora han de pagar los trabajadores y peor aún, los no trabajadores, a los que se ha dejado definitivamente con el pompis in the air.

Pero no. Se euro-aplaudía a la hecatombe. A la cesión de la soberanía, al colapso. El Delegado se puso Churchill, como anunciando la invasión, y encima le aplauden. Es como si el profesor Franz de Copenhague anunciara la llegada de un fatal meteorito que en 48 horas va a dejar el planeta Tierra como un bebedero de pollos y nos ponemos a aplaudir contentos por el hallazgo. Evidentemente, con esas luces, todo meteorito que nos descomponga es poco.