Una de las acepciones del kaputt alemán es "romperse". Luis de Guindos sale roto de cada una de las conferencias europeas en las que intenta salvar los platos del ajuar español que aún no rompieron en la anterior. Comparando sus previsiones a la entrada con los resultados y las declaraciones a la salida, el balance es desolador. Del origen de estos fracasos tiene relativa culpa, pero su gestión política y diplomática ya pide a gritos un recambio. Las 32 condiciones impuestas por el Ecofin para recapitalizar el sector putrefacto de la banca española, y la exigencia de pacto bilateral por un país como Finlandia, cuya cuota en el rescate será irrelevante, conforman una humillación insoportable. Diga Rajoy lo que quiera, España ha cedido por completo la soberanía de su sistema financiero. Los controles inmediatos y periódicos de los presupuestos, la fiscalidad y el gasto, así como el futuro de las autonomías, quedan "extraterritorializados", en manos de quienes aportarán unos recursos cuya eficacia está por ver. Además, los préstamos pasarán cautelarmente por el FROB estatal antes de entrar directamente en los bancos, promesa ésta que también queda en veremos. Basta repasar el listado de la "condicionalidad" para constatar una intervención en toda regla, modulada en apariencia por la hipótesis de que España significa para el euro algo más que Grecia, Irlanda y Portugal. Pero la diferencia ya es puro matiz. Los especuladores saludan un día los "logros", y al siguiente los desprecian.

Menos divertido, tiene de todo observar la "ruptura" de un ministro clave en esta coyuntura. Guindos ya debería de estar amortizado en un gobierno con más de tres años de andadura pendiente. La Europa mediterránea sucumbe empujada por la insolidaridad nórdica, pero el momento crítico de Italia, que tanto se cita como análogo al español, es muy distinto a corto y medio plazo. Monti fuerza como puede el aplazamiento del rescate hasta las elecciones generales del año que viene, que pasarán el poder a otros. Rajoy asienta el suyo en una mayoría absoluta elegida por sufragio hace menos de un año. No puede renunciar y reintegrarse en la vida civil, ni ganaría nada con el recurso a comicios anticipados. Sus opciones de cambio institucional se limitan prácticamente a la ágil sustitución de los ministros que se rompen en el camino, y ojalá sea más meditada que la formación del primer gabinete. No puede permitirse agotar la legislatura con un equipo roto, y afrontar las secuelas imaginables para él, para su partido y, sobre todo, para el país.

Gobernar con éxito en medio de la devastación exige, sin duda, voluntad de hierro, claridad de ideas y un plus imaginativo excepcional. No solo Guindos, también otros ministros huelen a quemado. Desiderativamente, los cambios ya son irrenunciables. Y también estratégicamente, si algo importa que la sociedad no se desmorone en un "lasciate ogni speranza", advertencia dantesca a las puertas del infierno.