Toda intervención a un país conlleva una serie de cuidados y tratamientos para que sus indígenas lleven con la menor de las molestias este traumático posoperatorio. En los mercados se ofrecen varios tipos de tratamientos, con IVA reducido, que se combinan con nuevos hábitos que facilitan este trance.

Tenga en cuenta que tras esta liposucción económica pueden aparecer en su cuenta corriente síntomas de equimosis, los llamados cardenales, que por cierto no se han pronunciado hasta el momento salvo para preservar su limbo impositivo. Por ello evite el sol directo sobre sus tarjetas de crédito y trate de anularlas definitivamente de su uso cotidiano.

Sepa que cada vez que pone el dedo en un cajero -próximamente dejarán de ser automáticos para funcionar a manivela- el moratón aumenta exponencialmente. Y que si bien tienen un interés altísimo por cada perra que saque, la entidad financiera no tendrá el más mínimo interés en avisarle de que se encuentra usted al borde de la hemorragia monetaria.

Por otra parte es mejor no menearse. Todo cuerpo intervenido conlleva sutura. Un viaje en transporte público le va a salir muy caro. Si antes iba y venía, ahora solo vaya. Y vuelva cuando pueda. Acostúmbrese a llevar galletas, frutos secos y tabefe. Son bastante cómodos de llevar y alimentan en una noche al raso. Así ahorrará la mitad del billete y no se le saltarán los puntos.

Acéptese tal y como se va a quedar. Aproveche aquella rebeca que usted creía roñosa y si tiene bolitas métala en el congelador (si dispone aún de corriente en casa). Una vez congelada la prenda, las bolitas pueden ser arrancadas con gran precisión y tendrá rebeca nueva hasta la próxima intervención del país.

Como medida preventiva visite a un ganadero con cabras. Le cederá gustoso algunos pellejos. Con ellos podrá elaborar tamarcos, zurrones y zapatos para que el futuro rescate -habrá más-, no le coja en calzoncillos. Si adquiere maña monte un Zara Edad de Piedra (ZEP) y sobrevivirá con lo suficiente para hacer un fuego y decorar su casa con figuras rupestres.

Y sobre todo, tire la tele. Lejos. O mejor: extírpele la pantalla y reutilice el chasis para poner un ídolo. Encenderla de nuevo puede provocar alucinaciones, tipo gente aplaudiendo a un señor mayor con barba.