Cómo admiro los artículos de Julio Camba y envidio aquellos tiempos en que se hacían humor y observaciones agudas sobre los caracteres nacionales. Qué libertad la de José Cadalso para decir si los ingleses son así o asá, si los asturianos actúan de esa manera y los navarros de esa otra. En mis textos escolares se hablaba de los vascos industriosos, los catalanes laboriosos y los austeros castellanos pero una vez que aprobé el examen nunca más pude decir ni escribir nada parecido porque el Estado de las Autonomías y gente de mucha confianza advertían de que, en ese tipo de discurso, lo que no eran prejuicios eran lugares comunes y que ambas cosas debían evitarse. Ahora nadie que no sea valenciano puede decir cómo son los valencianos y lo más que cabe decir, sin arriesgarse, de los canarios es que la mayoría de ellos habitan en las islas Canarias. Cada comunidad se ha vuelto muy suya con lo suyo. Es fácil decir pijadas cuando se hacen generalizaciones de generalidades y se trata a los habitantes de un lugar con lugares comunes. Hemos pulido eso para que vengan los mercados, temibles y temerosos, a hacer que los prejuicios hagan un enorme daño económico que ha de pagar, con dinero contante y sonante, el prejuzgado. Los prejuicios del dinero se han trasladado a la expresión de los políticos, y los españoles que sufrimos la jornada más larga y el paro más alto de Europa seguimos siendo una panda de vagos. Ser víctimas de los prejuicios de los alemanes no nos impide ser verdugos de los griegos o de los italianos. La Europa de la difícil unión ha afilado en la crisis del euro sus caracterizaciones nacionales y quizá así empecemos a conocernos en esa forma resumida del prejuicio. No siempre es fácil. Estuve atento a la final de la Eurocopa y no acabo de hacerme un prejuicio acerca los ucranianos.