Si hay un objetivo común que deberían perseguir los pueblos de Europa -las clases populares y las llamadas clases medias, la gran mayoría de la sociedad-, en sus respectivos Estados y en el conjunto de la Unión Europea, ese objetivo tendría que ser el de poner fin al imperio del neoliberalismo en Europa.

¿Por qué?

Porque el neoliberalismo es la doctrina política y económica de la minoritaria pero todopoderosa élite social formada por los propietarios del gran capital y los sectores sociales gregarios que les apoyan.

Si Europa sufre hoy las políticas cada vez más salvajes de austeridad o ajuste estructural, el desmantelamiento del Estado del Bienestar y la privatización de las empresas y de los servicios públicos, el recorte acelerado y hasta la eliminación de los derechos sociales y laborales, el aumento galopante del desempleo y de la precariedad en el trabajo, y frente a todo eso los privilegios fiscales de la élite económica y social, la corrupción financiera y el rescate público de los bancos, responsables principales de la crisis, es porque las instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, las instituciones comunitarias, como la Comisión Europea y el propio Banco Central Europeo, y la mayoría de los gobiernos que dirigen los diferentes Estados de Europa comparten y aplican sin contemplaciones las recetas del mismo ideario clasista neoliberal.

Por consiguiente, para revertir la situación que cada vez se hace más intolerable para los pueblos de Europa, es necesario acabar con la dictadura del neoliberalismo europeo.

¿Cómo hacerlo?

De dos maneras.

La primera, aglutinando al conjunto de los movimientos sociales populares -sindicatos, asociaciones, indignados, partidos antineoliberales- y llevando adelante con determinación la movilización general y el rechazo activo de las medidas antipopulares de los poderes al servicio del neoliberalismo elitista.

La segunda, no votando a los partidos de ideario neoliberal -practicamente casi todos los de la derecha europea actual-, y a los partidos cuya tibieza y hasta complicidad con el neoliberalismo les haga indignos de contar con el apoyo de las clases populares. Y, al contrario, dando su voto a los partidos políticos consecuentemente antineoliberales y dispuestos a poner en práctica políticas económicas y ambientalistas favorables a la satisfacción de las necesidades y de los derechos de los pueblos europeos. Políticas inspiradas en la ética de la justicia y la solidaridad social y que antepongan decididamente los intereses de las clases populares a los de las élites dueñas del capital financiero y de las corporaciones transnacionales.

Pero esa lucha no debe restringirse al marco de cada Estado. Debe avanzarse en luchas e iniciativas que abarquen al conjunto de la Unión Europea. Los sindicatos, los partidos políticos antineoliberales, los movimientos sociales, con los indignados a la cabeza, deberían organizar acciones no sólo en el marco de cada Estado, sino en el ámbito de la propia Unión Europea.

Por eso brindo la idea de convertir el insulso y desapercibido Día de Europa, el 9 de mayo de cada año, en el objeto de una gran movilización general de los pueblos de Europa reclamando la transformación de Europa y el paso de la dictadura financiera neoliberal actual a la Europa democrática de los pueblos. La conversión de ese día gris y y oficial en un día festivo de celebración de la asociación y de la paz entre los pueblos de Europa, sería un paso adelante en la construcción de una Europa verdaderamente justa, pacifica y solidaria.