El miércoles 11 de julio Mariano Rajoy compareció en el Congreso de los Diputados. Allí, ante un hemiciclo expectante, anunció una nueva oleada de recortes, a la que hay que sumar los ajustes y apreturas varias que algunos ministerios hacen por su cuenta y vía hechos consumados. El presidente del Gobierno dijo lo que Zapatero había dicho con España al borde del abismo el 21 de mayo de 2010 y por lo que fue cruelmente descalificado por el jefe de la oposición y su coro de los milagros. Todavía recuerdo los insultos de Rajoy, de Guindos, de Montoro, de Sáenz de Santamaría, de Cospedal, de González Pons. El líder socialista pidió patriotismo y solidaridad para afrontar el 'ser o no ser'. Todos se la dieron, menos el PP. Paulino Rivero, en una entrevista en enero de 2011 con LA PROVINCIA, fue muy preciso: el PP ha puesto por delante de los intereses de España su interés electoral. Ana Oramas reveló hace unas semanas en la tribuna parlamentaria que Montoro le había dicho entonces que le daba igual que cayera España: "Ya la levantaremos nosotros". ¿Cómo hay que interpretar, en este contexto de ambición e hipocresía, las dudas sobre la solvencia nacional que sembraba irresponsablemente Aznar en EE UU? Vistos con globalidad y perspectivas los hechos, aparentemente sueltos, el PP dirigente estaba en plena borrachera mesiánica de acoso y derribo, sin cuartel.

Quedamos en que el grupo popular aplaudió a Mariano Rajoy cuando anunció la hecatombe. Por lo general se aplaude cuando se anuncia el éxito de un proyecto o la puesta en marcha de una promesa tras vencer los obstáculos. ¿Quiso emular a Churchill, como han dicho ciertos cronistas, con su histórico llamamiento al sacrificio con "sangre, sudor y lágrimas"? Hay una diferencia que hace imposible una comparación en la que han caído numerosos periódicos: Winston Churchill llevaba años previniendo a su país de cuán errónea y suicida era la política de apaciguamiento de Chamberlain y otros timoratos que creían que iban a engañar a Hitler y a domesticar al tigre. Mientras el Reino Unido y su Imperio permanecían en el limbo, el nazismo se rearmaba para vengar el ominoso Tratado de Versalles. Por cierto: las potencias ganadoras no volvieron a imponer a los perdedores compensaciones de guerra que no pudieran satisfacer; en realidad tras el conflicto hicieron lo contrario: llevaron a cabo la idea del secretario de Estado Marshall de ayudar a todos los países europeos a recapitalizarse, levantar industrias y recuperar sus economías.

Churchill, pues, fue coherente. Había anunciado que Hitler invadiría a las naciones libres de Europa, y así fue; no cayó en la demagogia facilona del "esto yo lo arreglo en un plis plas", sino que les dijo la verdad a los británicos: sangre, sudor y lágrimas, antes de la victoria final.

¿Hasta qué punto la crisis se ha agravado por las mentiras de Rajoy y de su equipo de marketing? Hay una cosa clara: si el PP tiene razón ahora cuando hace todo lo contrario de lo que había dicho, es que antes no la tenía. ¿O hay ruedas cuadradas? Mientras Obama prueba con éxito un cierto keynesianismo, adobado con los consejos pragmáticos de Krugman; y Hollande grava a las grandes fortunas y se pone en marcha la fase previa para una tasa europea a las transacciones financieras -naturalmente, con la oposición de los lobbys (y los lobos) piratas agazapados en la City londinense y en Gibraltar- el PP opta por la vía más fácil, pero con más contraindicaciones: golpear a las clases medias, retraer el consumo y aumentar a futuro el gasto sanitario empeorando la asistencia y la salud de la población.

Y le aplaudieron. Cuando aún estaba fresca la 'tinta' de la noticia de que Fomento compensaría con casi 300 millones al año a las empresas de las autopistas de peaje por la caída del tráfico.

Pero el aplauso más importante que se esperaba era el de los 'mercados'. El 'Todo por la Patria' ha sido sustituido por la derecha nacional y la catalana por el 'Todo por el Mercado'. Y los mercados no solo no aplaudieron, sino que están silbando: ha subido la prima de riesgo, que es por donde hablan ahora los especuladores financieros. Lo que se llama un aplauso fatal.