La pérdida de estabilidad del monarca ante el Estado Mayor del enflaquecido y desabastecido ejército español tiene que ver, no lo dude usted, con los recortes: en el escalón hay un desperfecto que no se arregla por carencia de mantenimiento; el zapato del Rey se ha abierto por la puntera a falta de un sustituto; la alfombra está deshilachada por una esquina; don Juan Carlos I no ha pasado por la revisión médica que le ajusta los metales que viajan con su cuerpo; su majestad , finalmente, ya no tiene cabeza para salir de palacio dado lo perturbado que se encuentra por culpa de la irracionalidad con la que se desfoga la austeridad sobre sus súbditos... Una caída del Rey sobre la nieve de Baqueira Beret o a lomos de una motocicleta de 1.100 cc no es lo mismo que un traspié en un Madrid con generales que no tienen combustible para sus carros de combate, o en un país cuya tensión económica no la puede cortar ni el cuchillo del mejor matarife. O en un lugar donde la Casa Real pierde sustrato por culpa de un yerno financiero que intentó montarse una Zarzuela que casi no acaba vendiendo preferentes. Ya la decadencia asomó la punta de la lengua con el confuso episodio del safari, donde el monarca demostró una afanosa desubicación: la ciudadanía mordida de arriba abajo por la crisis y él en la selva dando tiros de lujo para, dicen, conseguir contratos para el despegue español. Lo más visible que obtuvo fue una remesa de remaches para la cadera. El spainpanic y sus fortalezas viene siendo como un velo que lo envuelve todo, una niebla espesa, sudorosa, que se filtra en todas direcciones. Y este tropezón o trompetazo forma parte del relato de la desaparición de la paga extra, de los eres, de los cierres de hospitales, del parado que no encuentra el sortilegio... Todo está hecho unos zorros y va don Juan Carlos y cae en peso, a punto de romperse la crisma, ante su Estado Mayor. Más que rompan filas habría que decir: ¡ a las trincheras, que aprieta el fuego!