Se fue Chavela Vargas. Justo ayer, en el cincuenta aniversario de la muerte de Norma Jeane Baker, aka Marilyn Monroe. Coincidencia antagónica -casi-, por las diferencias de concepto artístico entre ambas mujeres de bandera. Y porque una y otra situaban en lugares distintos a la mujer. Marilyn encarnó a una vamp tan descocada y sexy como incontrolable por el macho dominante al uso de la época. Chavela se subió a cantar rancheras cuando la suerte exigía bigote y vozarrón de macho machísimo. Bien por ellas, que rompieron moldes, además de corazones y la paciencia de los inmovilistas más recalcitrantes.

Bien también por la atleta qatarí Noor Hussain Al-Malki y por la judoka saudí Shaherkani. Han sido las primeras mujeres de sus respectivos países en participar en unos Juegos Olímpicos. Lo hicieron en Londres por invitación del comité olímpico internacional, para acabar con la lista de países que, literalmente, sólo daban cancha a sus hombres. La velocista sólo pudo correr unos metros antes de lesionase. La luchadora cayó casi a la primera agarrada. Qué más da... Su mera presencia en el Reino Unido les convierten en diana perfecta para sus compatriotas más intolerantes. Son heroínas sólo por estar allí.

Contra esos mismos fantasmas del medioevo alzó el puño, hace veinte años, la argelina Hassiba Boulmerka, oro olímpico en los 1.500 metros. Su celebración pasó a la historia como uno de los momentos más emotivos que jamás vivió un estadio. Estaba amenazada de muerte, pero fue a Barcelona y corrió más que nadie para demostrarle al mundo que ella era, ante todo, libre.

Tanto como Rosa Parks. Hace 99 años, en Montgomery, capital de Alabama , se negó a levantarse en el gallinero de una guagua en la que los asientos eran sólo para blancos. Su tozutez logró tanto como los discursos del doctor King. Tremenda fue ella.

Y tremendo su ejemplo. Medio siglo después de Marilyn el mundo occidental sigue impulsando leyes, mensajes de igualdad y gestos que inviten a acabar con la discriminación de sexos en otros estados. Y hasta nos hacemos un lío con cuotas o semántica, en el absurdo de lo políticamente correcto. Pero nada resulta tan efectivo y definitivo como el poder del individuo. De ellas, las individuas, quiero decir. Las que nos hacen admirar la diferencia.