Tener que recurrir a un acto simbólico, como el protagonizado por Juan Manuel Sánchez Gordillo, con el objeto de llamar la atención sobre la otra cara de la crisis, o sea, el hambre, dice mucho de lo alejados que están los dirigentes políticos, de la realidad que está sufriendo el pueblo. Entrar en un supermercado y llenar varios carros de alimentos básicos fue un gesto de protesta sin fin de lucro, el que sí tuvieron precisamente, durante 10 años, las franciscanas de Granada y nadie se ha rasgado las vestiduras. Constituye el fin que también mueve a los empresarios de la alimentación que prefieren tirar a la basura 63.000 kilos de alimentos cada año, antes que donarlos para que puedan sobrevivir familias sin recursos. O también, de aquellos asiduos del IBEX, de las Sicav, de paraísos fiscales, empresarios de mano de obra, que explotan a niños del tercer mundo, con cuyos beneficios podrían alimentarse millones de familias en un año. Pero resulta que la generosidad nos llega desde el norte de Europa, Noruega, apadrinando familias españolas que han sido desahuciadas por los que reciben a manos llenas dinero público para especular usurariamente con la deuda de su propio país y que sí son rescatados por el Estado. Los ciudadanos merecen solidaridad, ésa que ahora se critica al que osa poner en cuestión al sistema cuando la paz social ha quebrado.

Sánchez Gordillo ha despertado la conciencia de millones de ciudadanos, dentro y fuera de España, acerca de la dramática realidad del sistema capitalista en su rostro más neoliberal. Lejos de producir alarma social, ha conectado con el sentir ciudadano, produciendo una empatía con el pueblo. La única alarma que se ha desatado es la del temor del Gobierno de Rajoy a una explosión social derivada de las enormes injusticias que están produciendo sus recortes a los derechos de la clase trabajadora, en contraste con la generosa ayuda que se les brinda a los bancos. No se sostiene esa política dictada desde Alemania. Y el alcalde de Marinaleda con su llamada de atención ha despertado el deseo de rebelión ciudadana hacia la casta política gobernante y los poderes que la sustentan.

Finalizados los no sé cuántos Juegos Olímpicos de la era moderna, más de uno y menos de una se han quedado compuestos y sin pareja, es decir, medalla que morder. Eso sí, hay platas que son oro, bronces que son plata y diplomas que son bronce: el que no se consuela es porque no quiere. Eso para la prensa mal llamada "nacional", para las grandes cabeceras. Para la también mal llamada prensa local, los titulares llegaron a ser hiperrealistas: ha habido oros, platas y bronces gallegos, catalanes, canarios, y hasta algún castellano-manchego. Y me dejo varias nacionalidades, regiones, países, naciones (a gusto del lector). Lo cual me lleva a escribir que los atletas que lucieron el horrible "chándal" de factura rusa en la clausura (le superó en apología del feísmo el uniforme de los británicos en la inauguración, diseñado por la hija de Paul McCartney: "¿Quién es esa señora que canta?" preguntaron Renata y Olivia a su madre, mi amiga Teresa, "no es una señora, es un beatle." (Creo que no quedaron muy satisfechas con la respuesta.) Decía y digo, que esos atletas, si se hubieran presentado luciendo los trajes regionales de sus respectivas patrias chicas, habrían ganado medallas para Galicia, Canarias, Cataluña, Castilla-León o Euskadi, pero ninguna para España porque España no existe. Lo mismo que Nietzsche proclamó la muerte de Dios en el siglo XIX, alguien debería proclamar la muerte de España en el XXI. Son, han sido, entes supraterrenales de similar malevolencia y de parecida estulticia.

Pero no se me ocurre ni un solo pensador de altura, de la altura del solitario de Sils Marie, para lanzar la proclama. Para cualquiera de talante conservador, sería una especie de autoflagelación, de martirio, con lo cual no vale. Los de talante progresista, no llegarían jamás a la afirmación última pues se perderían, como es su costumbre, en un proceso dialéctico interminable. Así pues, para salvar no sé qué muebles, escribo: España ha muerto asesinada por el medallero olímpico.