Para quienes seguimos vivos, pocas personas representan tan bien los límites y esperanzas, los heroísmos y miserias de la utopía comunista como Santiago Carrillo, un tipo, finalmente, bastante digno, un profesional de la política (por mucho que en su pasaporte pusiera "periodista": era tan falso como los documentos y la peluca que, por exigencias de la clandestinidad, exhibía), un chuleta de Tetuán de las Victorias (mi primer barrio en Madrid) que, como Martín Villa pero en dirección contraria, casi apareció en el mundo montado en coche oficial. Ya no se apearía hasta una muy venerable ancianidad. Debe ser una cosa que engancha: que se lo pregunten a Esperancita que se va pero se queda.

En la única entrevista que le hice en su piso de Madrid -la señora a no mucha distancia, discretamente ocupada de los detalles- le acerqué un ejemplar de sus memorias para que se lo dedicara a mi madre, que lo seguía en las tertulias de la radio. Lo hizo. Luego, leyendo el libro descubrí que don Santiago pasaba sobre los vaivenes de su partido, las purgas, las fases (a menudo antagónicas) de la Internacional Comunista, los juicios de Moscú y hasta el pacto Molotov-Ribbentrop de puntillas, enjuiciando estos cambios de rumbo con una condena bastante genérica a los excesos o la falta de oportunidad, como corresponde a un creyente siempre confiado en que el Paráclito (o el Espíritu de la Historia) alumbre al sínodo, también llamado Comité Central.

Como dice alguien tan poco sospechoso como Borges, la revolución rusa "fue al principio una generosa esperanza". El joven Carrillo sintió, como tantos, ese deslumbramiento, porque a diferencia del fascismo, malvado en intenciones y en ejecución, el comunismo tuvo una concepción inmaculada y una gestación muy problemática, por decirlo fino. En este mundo, la intención de arreglarlo todo conduce a envilecer cada cosa. Los comunistas fueron la oposición más correosa y efectiva a Franco y Carrillo acertó al escoger los movimientos populares, la infiltración en los sindicatos y, finalmente, el pacto constitucional. Salud.