La Rusia soviética era un gigante donde las culturas y lenguas se contaban por cientos. Evidentemente la religión era un signo identificativo, a la vez que distintivo, de los diferentes pueblos que se extendían desde el Oriente hasta el Báltico. La abolición, la enajenación y la desaparición de los símbolos y bienes religiosos fue una de las primeras medidas de los comités centrales de todas las repúblicas. Y abrió brechas en la política soviética, como también lo hizo en la cultura, una cultura que se tenía que producir desde y para una masa con conciencia de clase, primer peldaño de una escalera elíptica que ha llevado al mismo sitio: a la protección de la Iglesia Ortodoxa en un alarde de reacción impropio de un estado que tuvo en la revolución un acicate para la vida nueva. En este entramado de culturas y etnias, las religiones que más practicantes tenía y que gozaban de cientos de años de tradición eran la budista, la ortodoxa, el Islam y el judaísmo, no en vano en la cabeza visible de la revolución asomaban judíos, muchos de los cuales emigraron a Palestina donde intentaron una sociedad colectivizada en los kibutz.

Pero donde está el verdadero poso de la tradición rusa es en su Iglesia, celosa, poderosa y enfrentada a la romana desde hace siglos, con tímidos acercamientos ecuménicos que no han dado el fruto deseado.

Las nuevas leyes aprobadas por el parlamento ruso incluyen penas severas para los delitos relacionados con la religión, ya sea vandalismo, sacrilegios o manifestaciones y algaradas contra el reducto espiritual de Rusia. Así las cosas en estos momentos a Rusia se la puede comparar con cualquier estado que asiente sus bases espirituales y sus valores morales en la religión, a la vez que se extrae de la tradición y la escritura el punto de encuentro entre la sociedad y sus postulados morales. A los gobernantes rusos les hacen falta unas herramientas ideológicas para que en tiempos tan turbios obligue a una cohesión social difícil de conseguir solo con la administración política. Entre fraudes electorales, mafias políticas y descontento general, la religión, una vez más, se deja usar con fines ideológicos.