El nacionalismo político moderno es una tontería, al fin y al cabo. Ir a contracorriente de los vientos de la historia. "El nacionalismo sobre todo es simplón", comentaban en los tiempos duros de ETA varios intelectuales españoles de primera fila. Se trata de solemnizar por igual lo inventado que lo obvio -Aznar, en el lado opuesto, también ganó prestigio solemnizando lo obvio, recuerden ustedes- y de fabricar un ombliguismo victimista. Si a un psiquiatra le llega un señor, o señora, mirando para los lados y musitando: "Mire doctor, es que todos me persiguen", el diagnóstico le cae de cajón: una paranoia como una casa. Y si encima oye voces, pocos dudan de que está ante una esquizofrenia. Se le adjudica al cardenal filipino Siri una memorable frase: "Hablar con Dios se llama rezar, escuchar a Dios se llama esquizofrenia".

Estos son tiempos complejos. Una parte de la sociedad catalana, movida por el reflejo condicionado de décadas de adoctrinamiento en mitos y leyendas y agravios comparativos, ha dado un paso al frente y pide la independencia. Cuando surgen algunas voces que tratan de traducir ese sentimiento a situaciones concretas, la respuesta es que "eso aún no se sabe". Pero sí se saben algunas cosas: Cataluña quedaría fuera de la Unión Europea y del euro -¿se sustituiría por un 'catalonio'?- hasta que se llegara a un acuerdo tras la reglamentaria negociación, que podría tardar años. Hasta ese instante, y ya se verían las condiciones, habría fronteras y aduanas. Las fuerzas armadas, las embajadas... tendrían que pagarse por el nuevo Estado. Un catalán disidente hace la pregunta del millón: ¿por qué nos parece mal ayudar a las regiones pobres de España y nos parece bien que los alemanes, los holandeses, los franceses ayuden a Cataluña con los fondos comunitarios salidos de sus bolsillos? Gran parte de lo que es Cataluña hoy se ha logrado con las ayudas europeas a España, que, encima, ha sido el mercado natural para los productos catalanes, fabricados en buena parte por mano de obra barata llegada desde el sur peninsular. Pero ¡qué bonita es Barcelona!

Hay unas reglas que rigen los comportamientos humanos, aunque esos comportamientos sean primitivos. De repente, el oasis se seca. La verdad oculta empieza a observarse desde fuera, cuando la climatología va disolviendo la pintura del trampantojo. Y se aprecia que la imagen interior no es lo que parecía que era; que ni la estructura social es monolítica ni responde al cliché que se había vendido. Ni ser catalán es una vacuna contra el despilfarro, el pelotazo, la corrupción y el fanatismo infantiloide. Y comienza a sospecharse de que tras el independentismo, y la explotación primaria de los sentimientos primarios lo que subyace es el intento, tan antiguo como el más antiguo clan de la más antigua tribu, de ser califa en lugar del califa. Zafarse del control de instituciones que no entran en el juego, apropiarse de la representación, como sumos sacerdotes que interpretan los arcanos de la raza y las esencias del patriotismo, "oh, Kalikatres sapientísimo".

Pero lo que piensa una multitud que es verdad, aunque sean tonterías se toma como verdad, y como verdad revelada pasa de padres a hijos, y de pícaros políticos y frustrados ensayistas a masas atormentadas por su pobreza y falta de cultura universal, o entontecidas por años de majaderías folclóricas. Y encima llega la gran crisis, y toda España cae en manos de falsos salvadores que prometieron una cosa y hacen la contraria con una sonrisa de oreja a oreja. Y lo hacen tan mal, con tanta soberbia, que generan impotencia: la calma se convierte en tensión, la tensión a veces degenera en violencia. Personas sensatas, que han ido por la vida tapándose los oídos para evitar el canto de las sirenas, como Ulises, se estrellan contra las rocas y caen en manos del soberanismo como transferencia de su propia responsabilidad al 'enemigo exterior': Madrid, como si hoy valieran los argumentos de la emancipación de América . Sí, el pitorro de la olla se está volviendo loco. El vapor sale a borbotones. Y esa es mala señal. ¿Dónde están los estadistas, y los intelectuales?