Hace exactamente 78 años, el domingo 7 de octubre de 1934, el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra publicaba un decreto firmado por el Presidente del Consejo de Ministros Alejandro Lerroux y por el presidente de la República Española, Niceto Alcalá Zamora. El decreto se promulgó en respuesta a la insensata locura del presidente de la Generalidad, Lluís Companys, quien con olvido de todos los deberes que le imponía su cargo proclamó el Estat Catalá el día 6 de octubre de 1934. Ante esta situación, el Gobierno de la República acordó proclamar el estado de guerra en todo el territorio de la República Española. Aclara el parte oficial que con esta declaración, el Gobierno da por agotados todos los medios que la ley pone en sus manos. Declarado el estado de guerra, aplicará sin debilidad ni crueldad, pero enérgicamente, la ley marcial. Lerroux escribe que el resto de las regiones españolas están al lado del Gobierno para restablecer con el imperio de la Constitución, del Estatuto y de todas las leyes de la República, la unidad moral y política de España. El presidente de la Generalidad fue detenido, juzgado en Madrid por rebelión contra la República y condenado a 30 años de prisión. El Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932 quedó suspendido. Tras la guerra civil, Companys fue entregado a las autoridades franquistas y fusilado en Madrid en octubre de 1940.

Cataluña como nación es una gran mentira. Los actuales territorios aragoneses, valencianos, catalanes y baleares no tuvieron identidad propia durante la Antigüedad. Durante la dominación romana, la Península ibérica estaba dividida en tres provincias: Lusitania (la mayor parte de Portugal y Extremadura), Bética (gran parte de Andalucía) y Tarraconense (el resto de España). En los siglos IX al XII, se crean los Condados Catalanes como resultado de la unificación de territorios al sur de los Pirineos que formaban parte de la Marca Hispánica del Imperio Carolingio. En 1137, los condados catalanes pasan a formar parte del patrimonio de la Corona de Aragón. El título de Conde de Barcelona sólo lo ostenta el Rey. Jaime I de Aragón, apodado el Conquistador y del que tanto se enorgullecen en Cataluña, era hijo de Pedro II el católico y desde 1213 hasta su muerte en 1276 fue rey de Aragón, de Valencia y de Mallorca, y conde de Barcelona. Le sucedió Pedro III, llamado el Grande, quien conservó los mismos títulos que su padre y fue sucedido por su hijo Alfonso III. En 1516, el Reino de España queda conformado con la unión de todos los territorios bajo el poder soberano de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón. Hoy España, con 500 años de historia, es la nación occidental más antigua del mundo.

Así estábamos hasta el 1700, año en que muere el rey Carlos II, el último de los Austrias, sin dejar descendencia. Aunque el rey legó el trono a Felipe de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV (llamado el Rey Sol), como Felipe V, las grandes potencias europeas quieren sacar tajada de este drama dinástico y repartirse España. Es la llegada de un Borbón francés "centralista" la que propicia una guerra de sucesión -nunca de secesión- por parte de los territorios de la antigua corona de Aragón (a la que pertenece Cataluña) tomando partido a favor de otro pretendiente al reino de España, el Archiduque Carlos de Habsburgo, hijo de Leopoldo I, Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, buscando tener unos fueros y privilegios propios. La Guerra de Sucesión no fue generada desde dentro de España sino por el deseo territorial de otras potencias militares de la época. Tras una guerra larga y costosa, que tiene un episodio de rendición de los rebeldes establecidos en Barcelona el 11 de septiembre de 1714, precisamente el día en que se conmemora la ofrenda floral de la Diada (otra mentira que ha llegado hasta nuestros días), la rebeldía de la Corona de Aragón con el apoyo catalán dejó un triste balance. España perdió Gibraltar, Menorca, Nápoles, Niza, Milán, Cerdeña, Países Bajos, Terranova, Las Antillas y la bahía de Hudson. Y Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares perdieron sus fueros.

¿Alguna lección después de la declaración independentista del actual presidente de la Generalidad de Cataluña? La secesión empujaría a Cataluña a una quiebra inmediata, creando más hambruna y desolación a sus ciudadanos. Con los antecedentes de la Primera y Segunda República, hemos caído por tercera vez en la trampa de la descentralización política sin lealtad constitucional de las Autonomías. El Reino de España, sacudido por una descomunal crisis económica que dejará huella durante varias generaciones, carece de liderazgo aglutinador de la unidad moral y política y sufre de un exceso de descentralización que descompone el Estado. Con un partido socialista en la oposición que ha dejado de ser obrero y español, volvemos a estar en 1934. Buen día y hasta luego.