La mala política se da mucha prisa para lo malo y es agotadoramente premiosa para lo bueno. Ya ni se cuentan las mutilaciones en los presupuestos de la Cultura, pero a los legisladores, que tanto hablan de implicar a la iniciativa privada, no se les ocurre compensar su racanería con una verdadera ley de mecenazgo. Los menos pudientes tienen la patriótica responsabilidad de aguantarse con el paro, los minisalarios y las vueltas de la tuerca fiscal, pero ni por error consiente el Estado en perder la recaudación de un solo euro para incentivar la solidaridad de los mejor tratados por la fortuna. Aunque herida de muerte por los organismos, el apoyo privado a la Cultura no desgrava medio céntimo. Es inútil que en otras sociedades funcionen perfectamente estos vasos comunicantes. Como bien sabemos, aquí es un "lujo". El que lo quiera, que lo pague o se olvide de sus bienes. Publio Mecenas, protector de Horacio y Virgilio en la Roma de Augusto, sería un extravagante en la España de Rajoy. Sin embargo, hay quienes siguen ejerciendo y pagan a tocateja sus gestos solidarios, sin el menor beneficio fiscal. Estos "locos" admirables redimen el prestigio de la especie, pero con un sistema de compensación tributaria serían muchos más.

La Real Academia Canaria de Bellas Artes acaba de inaugurar su curso en el espectacular salón de plenos del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Entre los mejores contenidos del acto destacó el homenaje a un mecenas grancanario que suma muchas décadas de apoyo a las artes isleñas. Alejandro del Castillo, conde de la Vega Grande, figura nuclear de la modernidad y el bienestar de Canarias en la creación y el desarrollo de la industria turística, está recibiendo por esa faceta merecidos reconocimientos. La Academia, que conoce muy bien su aportación generosa a las necesidades culturales, instituyó para él un premio que no será anual ni periódico, sino limitado a quienes lo merezcan. Su primer titular es exagerado en la discreción, pero quienes reciben su apoyo no pueden ocultar la gratitud. Y por ello sabemos de sus aportaciones sustanciales a las temporadas de ópera de Las Palmas de Gran Canaria, la financiación de premios y concursos, las becas que ha dispensado a jóvenes artistas de talento para perfeccionarse en los mejores centros pedagógicos del mundo, las adquisiciones o encargos hechos a artistas como testimonio de admiración y apoyo a su independencia y muchas otras cosas que sin duda permanecen en la sombra. Algún día llegaremos a conocer la nómina de los virgilios y los horacios canarios que pudieron crecer gracias al conde en momentos decisivos de su carrera.

La Academia no solo refrenda desde su autoridad la obra de un ejemplar conciudadano, sino que sueña con estimular a otros. El esplendor polifónico del ¡Aleluya! compuesto por Lothar Siemens e interpretado por la Camerata Lacunensis en elogio del primer mecenas reconocido fue un momento simbólico y emotivo que ojalá se repita muchas veces. Lo necesita el rearme moral de quienes siempre han apostado a valores intangibles.