No muy lejos de donde vivo se estableció una pareja cuyos dos miembros están en el paro. Dejaron su casa y se mudaron a un domicilio de alquiler bastante más barato que su hipoteca. Tienen hijos que la mayor parte del tiempo están con los abuelos. Llevan ya bastantes meses en el lugar y siguen sin empleo. Pero comen cada día, ven la tele y se mueven en un automóvil que no es nuevo pero anda perfectamente. Los domingos reciben amigos a comer, o van ellos a casas de amigos. Y alguna cosa hacen en el garaje, algo más o menos sumergido, porque a veces se les ve saliendo de él con una furgoneta. Constituyen la prueba de que es posible llevar una vida modesta, pero sin estrecheces, dentro del desempleo. Ayuda familiar, subsidios públicos, renuncia a algunos gastos, y vamos tirando. Hay desempleados cuya situación es un drama tremendo, pero la mayoría responde al esquema descrito. En otro caso, no podríamos salir a la calle. La cuestión es si podemos continuar así durante mucho tiempo. Entre subsidios de desempleo, ayudas de renta mínima, pensiones de los abuelos y empujones de los parientes se puede ir tirando, pero todos ellos son factores precarios. Los parientes con empleo tienden a perderlo, y si lo mantienen ven reducido el suelo y aumentados los impuestos. A los abuelos cada vez les colocan más nietos. Y lo demás pende y depende de los presupuestos del Estado: el subsidio, las ayudas, las pensiones. Pero ya sabemos que nada de ello es sostenible: el déficit público, y especialmente el de la Seguridad Social, fruto del desequilibrio entre prestaciones y cotizaciones, así nos lo anuncian. Se financian con deuda, y he aquí que la crisis de la deuda nos lleva a más deuda, que a su vez es una promesa de crisis para los años venideros. Luego está lo de la economía sumergida, que también es pan de hoy pero hambre para mañana, en la medida que detrae ingresos a las cuentas del reino. El esquema que nos permite sobrevivir con casi seis millones de parados estadísticos está llamado a mostrar su precariedad más temprano que tarde; no puede pasar mucho tiempo antes de que lo veamos agrietarse fatalmente. Estamos aplazando lo inevitable a la espera de que los dioses se dignen a cambiar el signo de la meteorología adversa, y hagan que escampe. Pero no hay certezas al respecto. Seis millones de parados, una Seguridad Social en números rojos y una previsión de PIB decreciente para el año que viene constituyen un cóctel venenoso. Y la banca, en vez de ayudar, también pasa la gorra.