Zapatero se negó a reconocer la crisis, ocasionando con ello un retraso irrecuperable en prevención y respuesta. Rajoy anuncia reflote desde mediados de 2013 y nadie se lo cree. Las palabras de los gobernantes son papel mojado cuando el déficit de crédito empieza por ellos mismos. "Todos son iguales", dicen los que pasan de discursos y solo creen en los hechos. Obama, por ejemplo (muy devaluado aunque a mis ojos siga siendo el mal menor), quedó a medias o fracasó en la parte de su programa que trataba de mejorar el welfare state de los USA o, por lo menos, conservar sus residuos tras las mutilaciones republicanas. No pudo con los lobbies de Washington, y la gente menos favorecida, que siempre es la más numerosa, se lo tuvo muy en cuenta. Con palabras -mítines, debates- no conseguía enderezar su segunda candidatura. Como opción ganadora revivió con los hechos, concretamente los desplegados para paliar o resarcir los daños del huracán Sandy. Pero no hacen falta catástrofes naturales para validar una talla política. La crisis económica es el mayor de los estragos por su poder asolador, su duración, el número de víctimas y la incertidumbre del final, si es que llega. Rajoy habla de síntomas augurales de ese final y no le creemos. Habrá que ver su gestión, y ojalá que no se parezca a la del Prestige. Reconozcamos que toda Europa sigue a ciegas, con realidades tan hirientes como que el coste de la deuda alemana sea cero a expensas del largo suicidio de la eurozona mediterránea. Rajoy hace bien en no pedir el rescate y negar oídos a los agentes económicos interiores y exteriores, por lo menos hasta que las condiciones explícitas o secretas mitiguen la abusiva posición dominante de la bundesrepublik y sus satélites. Es puro chovinismo el que hasta un ex-canciller socialista, Schroeder, dirija amenazadoras advertencias al presidente socialista de Francia por el hecho de intentar una gestión menos antisocial de la crisis. Ya se verá hasta cuándo puede Rajoy sostener sus palabras, pero diferir el rescate ya es un "hecho" significativo que, en apariencia, elude nuevos hachazos asestados por gentes de afuera.

Mario Monti anuncia la eliminación de 25 de las actuales provincias italianas -evidente comienzo de una reforma del Estado- y Passos Coelho propone explícitamente la reforma del Estado portugués. También hay que esperar y ver en qué quedan estas palabras, pero nada similar hay en España, donde la respuesta constitucionalista es indiscriminada como un palo y tentetieso. Aquí sufre el pueblo, pero cuidado con meter verdadera mano a la administración ni hacer sufrir a las leyes, textos de hombres para hombres que deben cambiar cuando cambia la ecología de la condición humana. Hablar cuesta muy poco a una clase política de mayoría banal. Hacer lo que el cambio histórico impone es otro cantar. Y ver brotes verdes con un paro que avanza a los seis millones, cientos de empresas que cierran a diario y otros tantos de desahucios inútiles, suena, como mucho, a seguidillas manchegas...