En El hombre tranquilo, en La taberna del irlandés y en general en todo ese subgénero de películas donde se incluyen pubs, solteras guapas e irlandeses, la escena cumbre siempre consiste en una pelea tumultuaria entre dos bandos: los que creen que la palabra whiskey se debe escribir sin e y los que aseguran que quien quiera quitar la letra tendrá que pasar por encima de sus cadáveres.

Si esto se supone que hacen los amistosos irlandeses por un quítame allá ese destilado de cebada, qué no haremos los españoles mal avenidos a las copas de una boda en San Sebastián, entre invitados afines a ETA por parte de la novia y partidarios de la Legión naturales de Valladolid, por parte del novio. ¿Qué esperaban los contrayentes, si no es una batalla campal? Decía Churchill que "la política hace extraños compañeros de cama", y respondía Groucho Marx, pensando en lo de San Sebastián: "No tanto como el matrimonio". Por mucho menos, en las típicas nupcias celebradas en la islámica Pakistán, y como fin de fiesta, aparece siempre un simpático tipo barbudo amigo del novio dispuesto a hacer política con un cinturón de bombas adosado a la cintura y mata a trescientos. En Pakistán una boda sí que es el día más emocionante de una vida.

Al parecer, los incidentes donostiarras, que se saldaron sólo con varios heridos y detenidos, estallaron en el convite. Si ya es difícil mantener la calma con una suegra durante una ceremonia nupcial, se comprende que ya al llegar el baile resulta imposible soportar el corte de pelo cazo a lo Otegi que suelen llevar los borrokillas abertzales, cuyo pariente estético más inmediato es el que lucen los reventadores de cajas búlgaros (¡y los dioses!: así se titula un irónico libro anglosajón dedicado a esas tracas capilares en el cogote que en los años 80 se conocían como mullets: "El peinado de los dioses", y de las separatistas vascas y vascos).

Que la boda en San Sebastián terminara con la intervención de la policía y los servicios ambulatorios de urgencias se veía venir, aunque el motivo no hubiese sido, como fue, que pincharan un tema de un cantautor regional (yo mismo terminé una vez en otra pelea tumultuaria cuando la tuna de Derecho empezó a cantar Clavelitos). Si ya se hace difícil convivir en el mismo Estado, no hay que intentar hacerlo en el mismo hogar conyugal. Lo raro es que además no acudieran a separar a los contendientes, o mejor a participar, el oficiante de la Iglesia, los del proceso de paz, algún interlocutor internacional acreditado y Spencer Tracy buscando chicos descarriados para redimirlos en La Ciudad de los Muchachos.

Pero, al contrario que en las clásicas golpizas a la irlandesa, los españoles no terminaremos abrazándonos, ensangrentados y hermanados, yéndonos juntos a tomar la última para el camino, porque aquí cuando no nos gusta la tarta lo único que se nos ocurre es irnos a otra guerra civil.