Hace unos años un hombre del tiempo anunció grandes nevadas durante un puente largo. A consecuencia de aquel aviso, se anularon reservas de hotel y se redujo considerablemente la afluencia a pistas de esquí, restaurantes y tiendas. Pero el temporal resultó ser mucho más suave de lo previsto, y la alarma apareció como infundada. De nada sirvió que el meteorólogo se escudara en el hecho cierto de haber anunciado las precipitaciones como "posibles": el gremio turístico se le echó encima y le culpó personalmente de las pérdidas sufridas. Unos meses más tarde, ante otro puente, otro meteorólogo de la misma cadena avisó nuevamente de fuertes nevadas. La gente no le hizo caso y llenó hoteles y restaurantes. Pero la nevada llegó y atrapó a las familias en la carretera, en plena operación retorno. Fueron miles los que pasaron la noche en pabellones y albergues improvisados, o dentro de su automóvil. Al siguiente anunció de temporal, todo el mundo se quedó en casa. Pero al primer nuevo fallo, otra vez los hosteleros clamaron al cielo contra el "alarmismo infundado" de una conspiración para arruinarles. Ahora, en Italia, la Justicia acaba de condenar a penas de cárcel a un grupo de científicos que no quiso ser alarmista cuando llegaron las primeras señales de lo que fue el terremoto de los Abruzos, con sus 309 víctimas mortales. El tribunal les culpa de haber tranquilizado indebidamente a la población. La consecuencia inmediata es que sus sucesores en la Comisión de Grandes Riesgos han empezado a dimitir, alegando que no pueden trabajar bajo esta presión, y que su trabajo es analizar los datos, mientras que aconsejar a la gente es tarea de las autoridades políticas. Si los meteorólogos televisivos fueran rigurosos, saldrían en pantalla anunciando incertidumbres: "Hay una probabilidad del 37 % de que llueva y una del 2 % de que sea torrencial". Pero al espectador no le gustaría. Pedimos certidumbres absolutas con aval científico, que es como pedir que nos mientan. Más todavía cuando se exige la negación absoluta de un peligro. Los ingenieros hablan de "periodo de retorno" para definir el tiempo medio entre dos sucesos improbables: si solo se permitiera edificar en zonas con un periodo de retorno cero para terremotos e inundaciones, la mayoría de ciudades no existirían. Construimos en zonas que solo se inundan, de media, una vez cada mil años, pero como es una media, se pueden inundar mañana. Conviene saberlo y no volver a los tiempos en que se mataba al astrólogo cuando erraba.