L a Audiencia Nacional vive en estas vísperas del capítulo 16, versículo 10, del Apocalipsis: "El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas", uno de sus momentos más reveladores de la España contemporánea. Por allí desfilan consejeros, importantísimos directores y exerectos adjuntos de las diversas cajas de ahorros que terminaron colisionando en lo que ahora se ha dado por denominar Bankia, que nótese su similitud fonética al ancestral vocablo rianga, que también significa lo mismo.

En las aún tempranas fases de esta investigación se puede apreciar que nadie se enteraba un carajo y se acudía a bobiar, de forma que, con ir, ya estaban trabajando. No hacía falta ni calculadora, ni folios, ni gafas. Hay una señora que no sabía matemáticas. Un individuo firmaba lo que le ponían, estimando que seres superiores tenían más conocimiento que él. Y un día de estos no se extrañe que declare un tercero que no es ni persona, o al menos que no disponga de documento que le acredite como tal ser humano, lo que complicaría aún más las diligencias.

Sin embargo, estos testimonios no ofrecen dato alguno para no creerlos, porque se demuestra a diario que las elites, a pesar de poner cara de interés, no se enteran una higa. Esto es pandémico y no solo ocurre en el ámbito financiero.

Ejemplo: en alguno de los muy raros juicios por corrupción que se han conseguido celebrar se observa esta misma carencia de fósforo a pesar de que en un primer momento sus protas siempre se confiesan contentos de ser sujetos a sumario, expresando alegres frases como "así podré explicarme", "ahora se conocerá la verdad", o mejor: "por fin se verá la luz", como proclamó recién el diputado popular Jorge Rodríguez al recibir estafeta de su inminente empuramiento.

Pero cuando van a dar una pizca luz se les funden los plomos, entrando en una chifleta en la que no se acuerdan dónde han estado ni por qué han estado, "mordiendo de dolor sus lenguas", y convirtiendo la Audiencia de nuestro tenebroso reino en lo que viene a ser un lastimoso ambulatorio.