Parece que una plaga se extiende por España, Cataluña incluida, la de los manifiestos, la ya olvidada fórmula de "los abajo firmantes" para tomar posición respecto a un asunto. He contado hasta tres, pero hay más en ciernes. En síntesis, y cada uno a su manera, todos vienen a decir lo mismo: la propuesta de que Cataluña se separe de España, de la forma que sea, es una barbaridad para ambas partes. Estoy de acuerdo, es una barbaridad porque no hay nada de lo que separarse porque Cataluña no existe y España menos, existen las personas, los ciudadanos y ciudadanas que habitan territorios y no entes administrativos que no están por encima de los individuos sino para servirles y hacerles la vida más fácil en aspectos muy concretos: sanidad, educación, empleo, vivienda, seguridad, servicios sociales, entre otros. Se organicen esos entes de poder como se organicen, es lo de menos. Lo de más es cuál sea la ideología que los sustenta y la eficacia con la que actúen, y de eso no se habla, o no se quiere hablar. Los manifiestos, alguno más que otros, dicen algo. El presidente de la Generalitat y su partido ocultan el discurso esencial bajo una cortina de humo espectral: la independencia.

Los sentimientos de pertenencia a una colectividad son, para mí, similares a los que pueden expresarse respecto a un equipo de fútbol: identidades efímeras que la noche de los tiempos y la historia borrarán como han borrado tantas cosas, desde Alejandro Magno hasta el Imperio Británico, pasando por la Roma universal o la España donde no se ponía el sol. Por eso son sentimientos y no sustancia. Sustancia es que te llamen ser humano y no te dé vergüenza porque cada vez te pareces más a tus primos homínidos que a tu especie. Sustancia es trabajar por la solidaridad, la justicia, la libertad, la distribución de la riqueza, la igualdad de todos y todas. Pero el circo está montado y tiene varias pistas, elefantes, payasos y equilibristas. Hasta algunos comen fuego y los magos hacen demasiadas trampas.