Parece que la familia crece. Tras la prima de riesgo, entra en escena la prima de huelga ibérica, como el jamón, que no es otra cosa que el barómetro que marca no se sabe muy bien qué, pero Grecia con cinco a sus espaldas lidera el ranking. España el próximo día 14 de noviembre, aunque sólo sea por mimesis con las planteadas en Europa, afronta su segunda huelga en menos de un año. ¿Pero qué significa el que se hagan dos o cinco huelgas generales? A priori en un país empobrecido una huelga genera más pobreza. Empero, los sindicatos deben justificar que sólo cuando las cosas no van bien es cuando hay que hacer huelga. Lo que sí está claro es que producen tensión allá donde se celebran enfrentando a las fuerzas de seguridad del Estado con los antisistema que revientan las manifestaciones autorizadas, mientras los piquetes informativos informan, por las buenas o por las malas.

Todos tienen como referencia los recortes, pero lo que no dicen son las causas por las que habido que hacer esos recortes, producto de las fiestas de cuando todos nos creíamos ricos, y digo creíamos, porque aunque seas ricos y las cosas vayan más o menos bien, no se justifica el despilfarro al que unos ignorantes, por no decir golfos, han sometido de forma reiterada a este país antes llamado España.

Los mercados ya han descontado esta huelga, los que no la han descontado son los socialistas, que, en momentos como el actual, se apuntan a algo que no resuelve nada. Menuda paradoja hacer un paro en un país de parados, y que si los parados no pueden hacer huelga ¿quiénes son los que van? Eso es lo que nos gustaría saber, ya que a veces las huelgas son como los rescates virtuales, que unos dicen que han ido dos millones de manifestantes y otros que medio. ¿Cómo se pueden esfumar o, según se mire, clonarse tanta gente? La mayor consolidación que puede darse, mucho más que la fiscal, es la de Fernández Toxo y Cándido Méndez, que jamás soñaron ir de la manita juntos de pancarta en pancarta reivindicando cuál es la mejor forma de convivencia para ellos mismos, olvidándose de aquello que deberían haber aprendido de que no debe manifestarse aquello que puede volverse contra uno mismo.

A los "patrones" de las huelgas les pediría encarecidamente que no nos cuenten más la cruda realidad, que nos hagan promesas como todo el mundo, porque de ilusión también se vive.

Todo este planteamiento de las huelgas, se mire como se mire, está basado en la intolerancia, y nos olvidamos de que todo progreso estriba en la tolerancia.