Una cadena hotelera ha presentado al Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana un proyecto para demoler el emblemático Hotel Oasis Maspalomas, proyectado en 1965 por los arquitectos José Antonio Corrales Gutiérrez y Ramón Vázquez Molezún, con la colaboración de Manuel de la Peña, una obra singular y excepcional en la arquitectura moderna en España y pionera en la integración del espacio turístico y arquitectónico tanto por la armonía de las piezas que lo conforman, su integración en el entorno donde se levanta y la complejidad y brillantez en el diseño de los espacios interiores. Parece contradictorio postular la renovación de la planta alojativa de Gran Canaria y pedir a la vez que se respete el Hotel Maspalomas Oasis en su arquitectura original. Lo sería en un contexto proteccionista más amplio, pero no en su planteamiento concreto, que es el de la excepción. Excepción a una regla de puesta al día que entendemos indispensable para garantizar el futuro de la industria turística, casi monográfica en Gran Canaria y elemento inseparable de su desarrollo a todos los niveles. La oferta crece en el mundo, no solo en nuestro enclave atlántico, y el concepto moderno de los establecimientos hoteleros a la luz de las nuevas tecnologías imprime cambios profundos en los puntos de concentración vacacional, factor competitivo que, sumado al menor coste de una mano de obra sin los niveles retributivos y sociales ya irrenunciables en el espacio europeo, nos obliga a mantenernos despiertos y no subestimar un solo elemento incentivador de la elección canaria en los países emisores.

A mayor abundamiento, el ralentí forzado por la crisis general en los presupuestos públicos y privados para la renovación de la planta hotelera hace más deseables los niveles de inversión anunciados -en este caso 46 millones de euros- por la cadena que titulariza actualmente el Maspalomas Oasis, cuya trayectoria empresarial en las Islas, es justo decirlo, describe altos valores de profesionalidad y solvencia. Por todo ello, podría entenderse irresoluble el problema de conservar una estructura sin frustrar la inversión para transformarla. Insistimos en que no debe serlo si desde una mirada económica se asume también una perspectiva de sensibilidad que propicie las justas compensaciones. No hace falta repetir los argumentos artísticos y ambientales a favor del hotel en su forma actual, porque vienen siendo tema de expertos cualificados en estas mismas páginas y seguirán siéndolo a medida que los diversos sectores sociales y culturales tomen conciencia sobre este caso. Porque estamos hablando de una pieza arquitectónica única, cuya preservación no entorpece el propósito global de cambio y renovación. Al contrario, su permanencia cualificaría la imagen de los conjuntos de nueva planta con el marchamo y la autoridad de lo histórico.

Por ello es una opción de sensibilidad. Los países y las ciudades cuidan su patrimonio histórico-artístico como emblema fundamental de la personalidad que los viajeros quieren conocer cuando, al salir de sus fronteras, se preguntan qué hay más allá del placer y el descanso. En el paisaje abierto y en los espacios urbanos han ido haciéndose intocables esos enclaves y esas piezas que, por sus bellezas naturales o sus perfecciones estéticas, dicen más del ser de las personas y los pueblos que las palabras y las crónicas memoriales. También el desarrollo industrial, que apenas cubre dos siglos en la historia del hombre, ha dejado muestras duraderas que en principio parecen contradecirse con la fugacidad utilitaria de unas estructuras cambiantes por exigencia del progreso. Hay una "arqueología industrial" celosamente guardada, como también un arte industrial que ha sobrevivido afortunadamente a los topes de su explotación económica.

El arte arquitectónico se une al arte industrial en el Hotel Maspalomas Oasis, como bien definen los arquitectos de ahora mismo. La obra de Corrales Gutiérrez y Vázquez Molezún es a su juicio excepcional y constituye un paradigma de inteligencia en la simbiosis de forma y función, articulación volumétrica y escala adecuada al entorno. Así se expresa la Real Academia Canaria de Bellas Artes en su escrito a las principales instituciones, cuyas líneas también estiman ejemplar el diseño de los espacios interiores, privados o colectivos, las soluciones constructivas y las propuestas innovadoras de fachada que dan identidad a un tipo de arquitectura hecho en las Islas. Por encima de la obra en sí, consideran paradigmática la concepción del espacio turístico y de la arquitectura que debe configurarlo en un punto de naturaleza como el que ocupa. Belleza artística, funcionalidad arquitectónica e idóneo diálogo con el entorno físico son, en definitiva, los valores que merecen ser salvados de la piqueta, no solo como testimonio del buen hacer del padre del gran turismo grancanario, el conde de la Vega Grande, sino como estructura válida en la actualidad y por mucho tiempo -con las mejoras que sean menester- bajo el prisma sensible que revaloriza lo que, siendo historia y siendo arte, no tiene por qué convertirse en pieza de museo.

Esa nueva explotación, dinámica pero respetuosa, es la que sugerimos a la sociedad inversora con las consideraciones debidas a su esfuerzo en los tiempos que corren. También respaldamos las compensaciones que los entes públicos y la empresa puedan pactar razonablemente en aras de la integridad de esta gran pieza hotelera, en la que tantos grancanarios, peninsulares y europeos han tenido vivencias memorables. La historia privativa de la modernidad canaria es la de su turismo, y nada parece más justo que conservar como excepción una de sus señas paradigmáticas. La memoria interior necesita de esos testigos para no banalizar el presente y el futuro en estructuras de usar y tirar, mientras que la mirada exterior gusta de encontrar en sus rutas isleñas modelos de un pensamiento que respeta al turista tanto al menos como le deleita.