Con frecuencia se destaca la importancia que tiene para el futuro de Europa el eje franco-alemán. Pero últimamente deja éste bastante que desear. La canciller alemana y el presidente francés miran en direcciones opuestas. Y lo que podía ser un factor dinamizador de la buscada integración europea se está convirtiendo en una rémora.

Franceses y alemanes habían acordado en junio en Bruselas una unión bancaria que, según franceses, italianos y españoles, debía comenzar a funcionar el próximo enero, pero la canciller alemana y su ministro de Finanzas ofrecieron una nueva interpretación del acuerdo, que equivalía a desdecirse. Según Berlín, la unión bancaria y la recapitalización directa de la banca no se pondría en marcha al menos hasta un año más tarde por más prisas que quisieran meterles otros.

Otro de los últimos motivos de disputa entre ambas capitales tiene que ver con uno de los principales proyectos de colaboración europeos. Después de que fracasase por culpa del veto alemán un acuerdo de fusión entre el grupo franco-alemán EADS y el gigante británico de defensa BAE, el Gobierno de Berlín quiere, según el semanario Der Spiegel, comprar participaciones de la Daimler en el primer consorcio, para lo cual necesita el acuerdo de París. Pero Francia está disgustada con Alemania porque ésta se resiste a desembolsar fondos para el desarrollo del nuevo Airbus A350 aunque París hace tiempo que aportó lo suyo.

Y lo que es mucho más trascendente para el futuro de Europa, París no quiere saber nada del plan alemán de someter los presupuestos nacionales a la supervisión de un supercomisario europeo, plan que exigiría entre otras cosas revisar el tratado europeo y la celebración de un referéndum, y que seguramente sería rechazado por una mayoría de los franceses como lo fue ya en 2005 el proyecto de Constitución Europea.

Los alemanes reclaman de los europeos del Sur más sacrificios y reformas, los franceses abogan por una mayor solidaridad que permita a aquéllos superar la crisis con nuevas medidas de crecimiento.

Mientras tanto, el ministro germano de Finanzas, Wolfgang Schäuble, elabora su propio proyecto de reforma de la UE, que prevé no sólo la creación del supercomisario europeo con competencias para rechazar los proyectos de presupuestos nacionales, sino también un Parlamento de la Eurozona, integrado por eurodiputados y que se encargaría de trazarle a aquél las líneas directrices.

Schäuble no ha tenido en cuenta la agenda de reformas elaborada por un grupo de trabajo creado por los jefes de Estado y de Gobierno y que se discutió ya en la conferencia que los ministros de Finanzas celebraron en Luxemburgo. Y ello porque, según los propios medios alemanes, Schäuble quiere imponer a sus socios su propia versión de Europa, una versión que antepone las exigencias de disciplina a los nuevos fondos o la compra de bonos mutualizados que aquéllos reclaman. ¿Una Europa a imagen de la actual Alemania? ¿Una Europa insensible e insolidaria? Muchos dirán: "No, gracias".

Y, sin embargo, hay quienes consideran que, por encima de egoísmos nacionales, la UE sólo superará su crisis con más Europa. Por ejemplo, el eurodiputado por los Verdes Daniel Cohn-Bendit, que tiene la doble nacionalidad francesa y alemana, el sociólogo alemán Ulrich Beck y el escritor austriaco Robert Menasse. Para todos ellos, sólo una Europa integrada política, económica y fiscalmente logrará sobrevivir en un mundo globalizado y estará en condiciones de competir con otros grandes centros de poder como EE UU, China, Brasil o Rusia. De ahí que atribuyan a los dirigentes nacionales "miopía", "pereza" y "cobardía" mientras califican a la Comisión de "monstruo burocrático".

Otros, sin embargo, aun aceptando algunas de sus críticas, acusan a los tres citados y a algún "eurófilo" más, como el ex primer ministro y europarlamentario liberal belga Guy Verhofstadt, quien ha calificado a Europa de continente "carente de ambición, de irradiación y de esperanza", de nostalgias coloniales y de pretender hacer de la unidad europea "una ideología". La polémica está servida.