Hace unos días, un artículo de opinión sostenía la tesis de que la huelga general de mañana miércoles era el resultado de la intolerancia, y es verdad, pero hay que ver quién es el intolerante; otras opiniones, salidas del pensamiento abstruso del 'TDT party', consideran que se trata de un grito de supervivencia -como si eso fuera anticonstitucional- de los sindicatos y demás organizaciones sociales.

Camino de los seis millones de parados, con un retroceso innegable de la protección social, que aumenta el diferencial con la media de los países de la Unión Europea, con un ataque sin cuartel y por todos los flancos contra los derechos laborales y sindicales, con una agresión sistemática a los valores de la Constitución de 1978, aprovechando la disculpa de una crisis que se utiliza como caballo de Troya para la codicia más desenfrenada y la ortodoxia más fullera y cateta... no ha habido, probablemente, huelga general más razonada que esta.

Todos los gobiernos, los del PSOE y los del PP, han tenido que aguantar movilizaciones de trabajadores que protestaban por reformas con las que no estaban de acuerdo. Es verdad que en el balance hay luces y sombras. No siempre las protestas fueron atinadas, pero no siempre fueron imprudentes. Nunca -hay que decirlo con rotundidad- se habían dado las circunstancias de frío desmontaje del Estado de bienestar que se dan en la actualidad. La estrategia tiene numerosas puntas de iceberg. Estamos ante el mayor número de familias paradas de la historia moderna de España; estamos ante el mayor número de ciudadanos totalmente desprotegidos de la historia moderna de España; estamos ante el mayor número de desahucios de la historia de España; estamos ante los mayores índices de hambre de la historia contemporánea de España (posguerra civil aparte); estamos ante los más descarados intentos de privatización de lo público sin una razonable justificación desde que se guarda memoria; estamos ante la voladura incontrolable de la sanidad y la educación públicas, universales y gratuitas; estamos ante la más descarada protección de la defraudación fiscal, de las prácticas de corrupción y clientelismo y del mantenimiento de los privilegios de una clase política que a falta de la listas abiertas se ha convertido en una partitocracia donde se multiplican los ineptos, los mediocres y los aprovechados sin temer la cirugía del voto ciudadano.

Con la mentira entronizada, con una enorme impudicia para decir una cosa y hacer la contraria ¿quién puede discutir seriamente las razones de este paro? Las huelgas, sectoriales, generales, parciales o totales, son como el pitorro en una olla a presión, que evita el estallido. Impulsos como los que han estado detrás del 15-M y del 25-S y de lo que te rondaré morena, sirven en definitiva para impedir la violencia. Porque puede hacer reflexionar al gobierno sobre las consecuencias de sus actos, (v.g. preferentes o desahucios) y porque son el aliviadero de una presa a punto de rebosar.

Los trabajadores protestan como pueden; la HG no es un invento español ni un instrumento revolucionario. Es uno de los contrapesos reglados que tiene el sistema democrático para equilibrar el mecanismo de poderes e influencias en que se basa la gobernación o administración.

Como no es cierto que los tijeretazos del PP sean la única manera de actuar; y como no es cierto que la crisis responda a lo que arguye la derecha fanática del mercado; como no es cierto que en toda Europa se esté liquidando como en España la protección social... tampoco, en consecuencia, es cierto, que la huelga general sea tan innecesaria como en el resto de Europa. A esta, la 14N, hay que verla como un grito para que no se cambie la Constitución por la vía trilera; para que la avaricia de la Europa rica no convierta a ciertos países en provincias coloniales; y para que no se pierda de vista cuál es el sentido de los estados modernos: proteger a los más débiles de la prepotencia y la impunidad de los más fuertes. El momento es demasiado serio como para insultar la inteligencia democrática o dudar de la buena fe de los agredidos y engañados.