No sé que fue primero si el huevo o la gallina. Esto ocurre con Israel y Palestina, dos pueblos condenados a entenderse y que sin embargo "la guerra de los cien años" a su lado va camino de convertirse en un cuento de niños.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial cuando los vencedores se sentaron y con un mapa de la región y un lápiz trazaron los limites de unos y otros, ni se imaginaron la que estaban liando y mucho menos lo que iba a durar.

Sabemos que la diáspora judía repartida por todo el mundo es poderosa y que su poder radica en los lobby que como grupo de presión sobre distintos gobiernos ejerce en defensa de sus intereses, y más que intereses, en una cuestión de supervivencia.

La clave está en la religión: judía y musulmana. Estos días estamos celebrando el 104 aniversario de la muerte de mahatma Gandhi, defensor a ultranza de la resistencia pacifica entre religiones y que hizo bueno aquello de "no hay camino para la paz; la paz es el camino".

Los árabes son más y los judíos menos, pero mejor organizados, pero ya se sabe lo que dijo un judío sefardí : " Y llegaron los sarracenos y nos molieron a palos, Dios está con los malos cuando los malos son más" . ¡A ver si de una vez se ponen de acuerdo y tienen la fiesta en paz!

Israel no se fía de los palestinos y viceversa, todos se temen entre sí a la vez que se ha ido instalando en los corazones un odio cerval imposible de superar con las recetas tradicionales de los diferentes acuerdos de desarme que son lo mismo que los ejercicios contra incendios de los pirómanos.

Y naturalmente nunca debemos olvidar que para hacer la paz se necesitan por lo menos dos, mas para hacer la guerra basta uno solo.